Llegó el viento a la ciudad, y como nadie le había preparado una fiesta sorpresa o un recibimiento como es debido, majestuoso, decidió arrancar los plataneros y tumbó las motocicletas. Venía con el ego herido, con el buche lleno, y con el rencor del hombre que ahora no comprende por dónde sopla el viento.
Como nadie le había preparado una fiesta sorpresa o un recibimiento como es debido, majestuoso, decidió arrancar los plataneros y tumbó las motocicletas
El viento no escucha a nadie
Así que después de barrer las calles, agitó un rato las copas de los árboles, bailó con la ropa extendida como un ahorcado que celebra la derrota y lamió sin permiso las calvas de los señores que se tapaban, ridículos.
Casi se lleva de antemano un viejo que quería cruzar el paso de cebra y comprar un par de cruasanes para la mujer, casi se lo lleva lejos, muy lejos, hasta su juventud, con las piernas fuertes y las manos finas, y el viejo casi confunde volar con que te vuelen, pobrecito. Con la bufanda que lo asfixiaba de mala manera, intentó hablar con el viento, pero el viento hace tiempo que ya no escucha a nadie, se filtra por debajo de las puertas, levanta las faldas de algunas adolescentes y silba cerca de las ventanas como un animal que avisa antes de atacar.
Los niños reían, en la escuela, lo observaban con los ojos abiertos de par en par más allá de los cristales, y discutían si la valentía del viento conseguiría arrancar el ayuntamiento de cuajo o no.
Una maestra propuso: ¿Por qué no hacemos una mesa de diálogo con el viento? Y lo convencemos para que se acabe convirtiendo en una brisa, en un golpe de aire, o en aquella marinada que viene en verano a refrescarnos...
Pero el viento no quiere perder el tiempo con burocracias.
A escondidas, consiguió, que un hombre con paraguas apareciera a casa de una compañera de trabajo, en su cama más concretamente, mientras el marido se elevaba gracias a la fuerza del viento hacia una ciudad remota.
También hizo limpieza, hizo huir a unos cuantos usuarios de una red social comprada por un millonario y todos ellos se refugiaron, confiados en la belleza, en otra red social comprada por otro millonario.
E hizo llorar una alumna universitaria, el viento, no porque una maleza le ensuciara la pupila, aunque ella utilizó esta excusa, sino porque vio como una ráfaga alzaba a su pretendienta y la alejaba mesas allá del bar, calles hacia allá de casa, habitaciones allá del cuerpo hasta que ya no le respondía los mensajes.
Pero antes de terminar con todo y marcharse de la ciudad, el viento descubrió que había tres casitas de tres cerditos, preciosas, una al lado del otro. Y no necesitó ningún lobo, hundió la primera casita y desahuciaron a una familia, se desahogó con la segunda casita, pero estaba vacía porque era de un banco y la tercera casita, que como dicen los cánones literarios no la tumbó, solo sirvió para despeinar un poco a una pareja de Expats encantadores que no sabían que aquí además de sangría, toros y paella también nos atrevemos con las fuerzas de la naturaleza.