La casualidad, o las prisas de Netflix por estrenar series que se ajusten a efemérides como Halloween, ha querido que se hayan estrenado dos series con muy poco tiempo de diferencia que llevan el sello del incombustible Ryan Murphy. Una, Dahmer, se ha convertido en un fenómeno (y también en objeto de controversia); la otra, Vigilante, viene a ser la versión Hacendado de los thrillers producidos por Murphy y una nueva demostración de que este hombre no es una ciencia exacta.
La pesadilla americana
Basada en hechos reales, Vigilante es una simbiosis entre las series B sobre stalkers de los 80 y las intrigas con psicópata de los 90. Se centra en una familia con ganas de ostentar posición económica que compra una casa en un barrio residencial y les parece estar viviendo el sueño americano. Pero los momentos idílicos duran poco. Pronto empiezan a recibir unas cartas amenazadoras firmadas por una persona que asegura vigilarlos y tener la certeza de que hay gente que entra dentro de su casa.
Vigilante es una simbiosis entre las series B sobre stalkers de los 80 y las intrigas con psicópata de los 90
El padre de familia, obsesionado con que los vecinos tienen alguna cosa que ver, acaba descubriendo que la casa tiene un pasado muy turbio y que quizás ellos son los últimos de una larga lista de víctimas. Un argumento, pues, muy prototípico del género que hemos visto mil veces en pantalla y que solo ha tenido gracia cuando sus responsables han sabido darle unas lecturas sociales maliciosas. No es el caso...
Empieza bien, acaba... mal
Vigilante no empieza mal. Sabe introducir el contexto de la historia, presenta a algunos personajes prometedores (la fauna vecinal, muy propia del bestiario de freaks de las producciones de Murphy) y parece que quiera disparar contra la indolencia de las clases acomodadas de la América tradicionalista. Pero de la misma manera que los protagonistas empiezan a ver que la casa no es como la pintan, la serie tarda más o menos lo mismo a hacer aguas en todos sus frentes.
De la misma manera que los protagonistas empiezan a ver que la casa no es como la pintan, la serie tarda más o menos lo mismo a hacer aguas en todos sus frentes
Lo primero y más grave, el retrato de esta familia que insiste en tomar las peores decisiones en los momentos más inadecuados. El padre que interpreta Bobby Cannavale todavía tiene su qué, porque al fin y al cabo no deja de reproducir el molde del héroe de thriller superado por las circunstancias y ya lleva en su ADN comportarse como un imbécil, pero lo que le hacen al de Naomi Watts no tiene nombre. No sólo es insustancial y no sabes nunca qué quiere ni qué piensa, sino que acaba dando la sensación que nada de lo que pasa tiene que ver con ella.
No da miedo
Después está su nula capacidad para generar un verdadero suspense. Contiene algún pasaje que transmite una cierta incomodidad y algún susto afortunado, pero la historia tiene tantos problemas de tono (ni da el miedo que quiere hacer ni su humor negro es lo bastante punzante) y da tantas vueltas sobre ella misma (esta obsesión para verbalizar todas las teorías sobre lo que está sucediendo) que te acaba importando poco o nada quién ha enviado las cartas y qué las acaba pasando a unos y otros.
Hacia el final, ya ves qué pretendían hacer y trata de volverse una parábola sobre la obsesión tan norteamericana por los enemigos exteriores y la desconfianza hacia el otro, pero como te ha puesto tan difícil conectar con ella, la serie acaba perdiendo todos los trenes
Hacia el final, ya ves qué pretendían hacer y trata de volverse una parábola sobre la obsesión tan norteamericana por los enemigos exteriores y la desconfianza en el otro, pero como te ha puesto tan difícil conectar con ella, la serie acaba perdiendo todos los trenes. Por más que Mia Farrow salga, eso no es Rosemary's Baby. Ni siquiera funciona como troleada: justamente lo que distinguía a los thrillers más demenciales en que se basa Vigilante es que nos reíamos con ellos y no de ellos.