El año 1978 el poeta Miquel Martí i Pol publicaba uno de sus libros más íntimos, Estimada Marta, que contenía un poema en el cual el autor de Roda de Ter afirmaba que "en cada mot m'hi jugo l'existència". En aquella misma época, pero unos cincuenta kilómetros más abajo en dirección a la C-17, un jovencísimo artista vallesano miembro del universo creativo que Alexandre Cirici bautizaría como el "Meridià de Granollers" sumaba ya dos exposiciones importantes a la espalda: una el año 1975 en la Galería Ciento y otra, un año más tarde, en la Galería G. Más de cuarenta años más tarde, la Fundació Vila Casas dedica una exposición monográfica a la obra de aquel pintor que a finales de los setenta empezaba a ser alguien en el mundo del arte más disruptivo y conceptual en Catalunya: Vicenç Viaplana (Granollers, 1955), el artista que hoy, después de toda una vida dedicada al arte, sigue afirmando que él, igual que Martí y Pol, también en cada obra se juega la existencia.

Sin título (Sèrie Vinçon, 1987), obra de la serie sobre las ciudades en llamas.

Pintar lugares llenos de no-lugares

Cualquier persona que se acerque en los Espacios Volart de la Fundación Vila Casas para disfrutar de Vicenç Viaplana, els llocs de la pintura comprenderá, sólo de entrar, el motivo por el cual Àlex Susanna -uno de los comisarios, junto con Natàlia Chocarro- empieza su texto en el catálogo de la exposición con una lapidaria frase de André Breton: "La obra de arte sólo tiene valor cuando tiemblan los reflejos del futuro". En efecto, la primera obra de Viaplana con la cual chocamos es Paisatge rosa, un espectacular óleo sobre tela de casi cuatro metros de anchura donde se intuye el paisaje apocalíptico de una ciudad en llamas y que pertenece a la primera etapa del artista, Urbs, pintada cuando Viaplana trabajaba de diseñador gráfico a Barcelona y cada día, desde las ventanas del tren, veía como aquello que hasta hacía bien poco eran campos de cultivo se iba convirtiendo en los paisajes postindustriales y casi suburbiales del área metropolitana barcelonesa.

La antológica exposición, que cuenta con casi un centenar de obras y es la de más envergadura hecha nunca sobre el artista a Catalunya, se inicia con la furia transgresora de unos paisajes urbanos absolutamente dantescos y muchas veces pintados con las propias manos para ir recorriendo cronológicamente adelante, dando un paseo progresivo por más de tres décadas de producción artística. El trayecto es doble, sin embargo: no sólo se descubre la evolución enigmática pero sin embargo llena de coherencia de Viaplana, sino que también sirve para comprender el sentido de una obra absolutamente singular enmarcada en un momento concreto del arte contemporáneo y las tendencias artísticas del último tramo del siglo XX, ya que si alguna cosa permite comprender la muestra es que Viaplana construye su camino como una respuesta rotunda al pretendido fin de la pintura.

Débil (1997), obra enmarcada en el periodo The Loobster Room

Ante la pregunta sobre si tiene algún tipo de sentido pintar, tan en boga a finales de los setenta, las obras de Urbs son una muestra de cómo Viaplana toma partido y responde de una forma particular y concreta: cuestionando los cimientos del arte pictórico, explorando los límites y reflexionando no sólo sobre el sentido de la pintura, sino también sobre el qué, el cómo, el por qué o el para quién de ella misma. La respuesta a todas estas cuestiones es la que cierne sobre todas las obras del periodo entre los años ochenta, pero también la que flota sobre las de los noventa e inicios de milenio -bautizadas dentro de los apartados Submergències i The loobster room-, aunque ahora sea con composiciones abstractas que no sólo parecen inscribirse más bien dentro del mundo de la fotografía que de la pintura, sino que han abandonado la presencia de espacios urbanos para transformarse en obras desprovistas de casi todo, donde la ausencia es la protagonista y el vacío es su complemento circunstancial de lugar. De esta manera, los "lugares de la pintura" pasan a estar llenos de no sitios donde el único elemento del paisaje posible son escenarios de un universo que ya no plasma el presente o el futuro del mundo, sino que lo disecciona hasta desnudarlo del todo, dejando sólo las grietas, las manchas o las huellas, como si Viaplana describiera el vacío de la vida a partir de una cicatriz y se zambullera, como un explorador, hasta explorar qué hay bajo la corteza de la realidad.

Un recorrido artístico de ida y vuelta

Algunas de las obras más interesantes de esta etapa, al final del siglo, tienen la única referencia figurativa de líneas espirales caóticas y enroscadas que parecen reivindicar el desorden y poner de manifiesto un desconcierto: la vida puede ser que sea un trayecto lineal con principio y final, de acuerdo, pero aquello que vivimos en ella está lleno de idas y venidas o de saltos adelante y retornos inesperados, precisamente como las obras precedentes al periodo Excursió per la incertesa. En esta etapa no sólo se mezcla la visión desordenada y líquida del mundo, sino también la certeza de que aquello que es inmensamente grande para unos también puede ser ridículamente pequeño para otros, como lo demuestran obras que bien podrían ser capturas de un microscopio como, asimismo, fotografías macroscópicas astrales. El diálogo permanente entre la pintura y la fotografía se extrema todavía más en la penúltima etapa de la exposición, Inventari de límits, donde incluso el cine parece tener presencia a partir de obras que podrían ser una sucesión de fotogramas.

Al fin y al cabo, aunque a primera vista pueda parecer un arrinconamiento del género pictórico por parte del autor, no es nada más que una defensa crítica y particular de la pintura y, sobre todo, del acto de apreciar la pintura en directo, de cuerpo presente. Viaplana, en el interior del catálogo de la exposición, afirma que "el auténtico poder de la pintura se puede contemplar sólo presencialmente. Buena parte de su declive lo podemos atribuir a cuando se empezó a reproducir técnicamente. Entonces empezamos a ver, en realidad, pinturas fotografiadas. Reproducciones más o menos afortunadas en dos dimensiones. Pero en la pintura fotografiada siempre le ha faltado una dimensión. La tercera dimensión es a los cuadros, a veces es tan sólo una capa muy fina de pintura, pero a pesar de ser tan fina resulta fundamental". Esta tercera dimensión se muestra con una sugestión extrema en la última sala del recorrido, donde se reúnen las obras tituladas Sota el Sui: telas pintadas en el bosque, en Cànoves, y que transmiten la fuerza telúrica del arte fusionándose con el entorno para captar hojas, plantas y pliegues vegetales que se alejan del estilo fotográfico para recuperar, en buena parte, el trazo pictórico.

Uno de los ejemplos de la serie Sota el Sui: Sota el Sui 15, obra del año 2020 hecha con ceniza y pigmento.

Así acaba este trayecto de más de cuarenta años de trayectoria -de momento-, con obras que no dejan de ser abstractas pero que, sin embargo, muestran lo más esencial del mundo desde que el mundo es mundo. Como si Viaplana, tres décadas después de las ciudades en llamas, plasmara aquella vida pura, natural y libre que tanto añoraba en los paisajes destruidos de aquellas ciudades. Sota el Sui 17, la última obra de la exposición, es el colofón final de todo aquello que se ha visto durante el recorrido: un acrílico sobre tela de 2mx2m, de un rojo radical, que no se sabe si es un bosque con fiebre o el interior de un corazón humano. Una tela, pues, que cierra el círculo iniciado con Urbs y define como ninguna otra la obra de Vicenç Viaplana, el pintor que asesinó la pintura, sí, pero sabiendo articular su trayectoria pintando con la sangre del cadáver.