La palabra se ha desprestigiado. Porque en el relato cultural en Internet, los jóvenes mandan: ser boomer es estar fuera. El concepto OK Boomer se hizo popular como una reacción a un vídeo de un hombre mayor no identificado donde declaraba que millennials y zetas tienen perennemente el síndrome de Peter Pan. El vídeo hizo que la frase "OK Boomer" se convirtiera en una crítica a las generaciones pasadas (2019). Pero en sentido estricto, boomer es solo ser hijo del baby boom, es decir, haber nacido entre 1958 y 1977. Toda esta generación ha generado la mayor parte del capital cultural que hemos consumido hasta antes del estallido de las redes sociales. Pero no tenían ninguna serie que los confrontara con las nuevas realidades, que les mostrara las contradicciones y miserias de hacerse mayor. Vintage llena este vacío.
No había ninguna serie que confrontara a los boomers con las nuevas realidades, que les mostrara las contradicciones y miserias de hacerse mayor. Vintage llena este vacío
La nueva comedia dramática de 3Cat habla del choque generacional, grandes y jóvenes de uñas, lo que vivimos cada día. Nuestros mayores adaptándose a un mundo que pedalea a golpe de storie. La serie tiene un valor innegable: hacer befa desde un lugar mucho novedoso –autoparódico– para llegar a su gran público, el envejecido público de TV3. Está por ver cómo la reciben aquellos que cuando sienten buzing en vez de Bizum no les hace ni un poco de gracia (los más jóvenes, vamos); bromas con neologismos no acostumbran a ser el colmo del humor.
La absurdidad de hacerse mayor
De qué va. A grandes rasgos, Paco (Abel Folk) es director comercial de unas bodegas. Su vida profesional está llena de fiestas y jaranas. Genís (Lluís Villanueva) es un psicólogo new age que ha publicado libros de autoayuda con repercusión. Después de un guateque, Paco se despeña con el coche y Genís se da cuenta de que todos sus ahorros se los ha llevado un estafador que su mujer ha conocido en Tinder. A partir de aquí, se juntan. Conflicto y comedia. Verdaderamente, solo Abel Folk cae bien y mal al mismo tiempo (el flirteo con el personaje de Diana Gómez, mucho más joven, es un punto fuerte de la serie, que no rehúye el asquito que da este "hombre de los de antes"). Fantástico cuando, tierno de éxtasis en la citada fiesta, previa al suceso que lo cambiará y hará que se reencuentre con Genís, ve el mundo en colores.
La serie no acaba de encontrar comodidad en el arranque en cuestiones de género, pero el edadismo sí que se toca directamente. Hay conflicto, patetismo, humor
A pesar de no eludir las masculinidades tóxicas y exponerlas, la serie tiene unas deudas. Es en el momento de este flirteo cuando la novedad de TV3 hace un tufo raro: las mujeres, como mínimo al principio, hacen papel de muleta. Y los hombres son unos chapuceros, pero, al fin y al cabo, son los protagonistas. Las mujeres son la puerta al cambio, pero ya está. La serie no acaba de encontrar comodidad en el arranque en cuestiones de género, pero el edadismo sí que se toca directamente. Hay conflicto, patetismo, humor. Al principio el guion empieza con absurdo y referentes para todo el mundo. Es una serie que las personas no nativas digitales necesitan. En los ocho capítulos se habla de tecnología, Tinder, sexting, MDMA y Rosalía. Y lo hacen personas de cincuenta y sesenta años. Es un tema invisible en ojos de casi todo el mundo, por lo tanto, necesario. Un tema que quiere un humor costumbrista. El diálogo entre el protagonista y su padre (el enorme Pepe Lifante, mítico del cine y traspasado recientemente) lo tendremos todos alguna vez. No por ser una comedia deja de ser una serie dura. Pero la gente la reirá como ha reído en Casa en flames (Dani de la Orden, 2024). Es decir, no se sabe por qué. Porque quizás no podemos asumir la mierda que es envejecer y mejor reír, aunque el gag sea un poco de estar por casa. Es una serie que a los padres y madres les hará de espejo y, quién sabe, si de terapia.
Es una serie que a los padres y madres les hará de espejo y, quién sabe, si de terapia
La dirección (David Martín Porras y Elia Urquiza) y la fotografía dejan claro desde el principio que los boomers pueden tolerar el riesgo. La serie arranca con un primer travelling que quiere ser atrevido, pero que acaba importando la estética Netflix y ya: todo está filmado con poquísima profundidad de campo, todo hace niebla a partir de la solapa de las camisas, mundo selfie. Es una serie colorista, eso sí, sin fliparse, creíble en espacios y vestuario.
Por qué negarlo, el inicio de esta coproducción con Brutal Media promete. Está la esperanza de que el esperpento sobre los neologismos se relaje y crezca la trama, el drama, en el total de la historia. Y que se vea más lo absurdo y la mediocridad que supone hacerse mayor. Ver cómo el mundo paso. Y la vida se queda atrás. Uno se queda atrás. En la realidad, antes del like los hombres estaban más cómodos. En aquellas viejas costumbres. Siendo un boomerazo con todas las de la ley. Los que no lo somos –o no creemos ser boomers- mejor aprender de ellos. Porque algún día, también estaremos fuera. ¡Y tanto si estaremos fuera!