Lapònia, de Cristina Clemente i Marc Angelet, no tiene la garra salvaje y devastadora de Un déu salvatge, de Yasmina Reza –que se ha podido ver hace poco en el Teatre Goya, bajo la dirección de Pere Arquillué–, pero aborda con ingenio el tema de la educación de los niños, y el dilema de mentirles –mentirnos– o no para suavizar la realidad. Es una comedia en estado puro, con final feliz incluido, que defienden cuatro grandes actores tocados por la gracia –y con muchas horas de vuelo–: David Bagés, Míriam Iscla, Albert Prat y Anna Sahun. La obra se estrenó en 2019 en el Club Capitol, con otros actores y bajo la dirección del exitoso dúo dramatúrgico. Esta nueva Lapònia, sin embargo, está dirigida por Nelson Valente, hasta el 25 de mayo en el Teatre Condal.

Se trata de una comedia sobre relaciones familiares y la socialización de los niños, que transcurre en la casa de la Núria (Sahun) y su marido finlandés (Prat). El espacio diseñado por Albert Pascual evoca un amplio comedor con cocina integrada, un interior caracterizado por la suavidad de los cromatismos y la pulcritud de las formas, que sugiere una burbuja de confort y rectitud a salvo de la irracionalidad. En el segundo piso, ocultas tras las cortinas, están las habitaciones de los niños. El exterior nevado se sugiere con unas cortinas iluminadas de blanco ártico, casi reflectante. Estamos en Finlàndia.

Entregados a un cómico toma y daca donde se intercambian reproches de todo tipo, los personajes exponen visiones confrontadas sobre la educación y se enredan en una discusión sobre la idoneidad o no de mentir a los niños

Y es en esta casa, a pocos kilómetros de un lucrativo parque temático navideño, donde el hijo de Mònica (Iscla), hermana de Núria, y Ramon (Bagés), que están de visita, acaba de descubrir que ni el pare Noel ni los renos voladores existen. Presuntamente, ha sido su prima finesa, de cuatro años, quien le ha estropeado la fantasía. Este conflicto se instala en el ambiente desde el buen comienzo, entre palabras de compromiso y tópicos sobre el clima o la gastronomía, tan propios de estas reuniones familiares en las que el reencuentro es motivo de una ilusión anunciada pero incierta. A partir de aquí, asistimos a un toma y daca donde, además de exponer visiones enfrentadas sobre la educación y de enredarse en un debate –con votación incluida– sobre si es lícito o no mentir a los hijos, los personajes se intercambian reproches de todo tipo, desinhibidos y sin filtros.

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Làponia vuelve al escenario del Teatre Condal hasta el 25 de mayo / Foto: David Ruano

Chantaje moral en clave consumista

¿A los niños los beneficia o los perjudica la creencia –completamente inducida– en Papá Noel? ¿No puede generarles este engaño minuciosamente orquestado una gran decepción, recelo y desconfianza? ¿Y, más allá de la Navidad, hace falta naturalizar las situaciones dolorosas –la enfermedad, la muerte– o hablar con metáforas que templen o suavicen la dureza de la realidad? Cada personaje se define, en buena parte, por el posicionamiento que adopta respecto a estas cuestiones –el engaño en un sentido amplio, en todos los órdenes de la vida– y por la manera en que lo defiende. El debate se polariza en dos actitudes muy claras: la partidaria de no manipular a los niños ni hacerles chantaje moral en clave consumista –con matices, esta es la posición de los anfitriones– y la que opta por aprovecharse de la credulidad infantil o, más bien, de su confianza ilimitada en los padres –este es el punto de vista, también con matices, del equipo visitante.

Práctico y eficiente como la app que le informa de dónde habrá auroras boreales, el hombre finlandés está tan aferrado a sus principios que pierde la capacidad de empatizar con los demás, y hace notar su desprecio burlón por los familiares del sur, a quienes considera chillones, criticones y dados a la picaresca. Albert Prat lo ha construido desde una actitud corporal distante y rígida, hasta el punto de que, cuando se alarma, parece que haga cortocircuito. La Núria interpretada por Anna Sahun parece de ideas fijas, pero es el personaje que más fluctúa, quizás por la añoranza de Catalunya y las contrariedades de vivir en Finlàndia. Su esencia mediterránea está un poco escarchada, pero intacta: una vez se funda la nieve, acabará saliendo y reventando.

Se destapan agravios y se asestan unos cuantos golpes bajos, pero todo se reconduce hacia el happy ending: la familia unida vence de nuevo

Mònica, que ha querido viajar a Lapònia para "conocer" a Papá Noel, se muestra decidida a "salvar la infancia". Idealiza la magia de la Navidad, que vive a través de la ilusión de su hijo; en él concentra todas sus ilusiones y manías. Tal como le reprocha su hermana, adapta el mundo a sus necesidades, en función de las cuales construye la realidad de los demás. Sorprende la capacidad que tiene de retorcer el argumentario y la retórica, como si tuviera un talento innato para la controversia. Míriam Iscla compone a la perfección a este personaje un poco simple y egoísta, pero muy próximo. Su marido es de lágrima fácil –a veces parece que llore de pura impotencia–, pero al final se subleva y le recrimina hasta qué punto ha tenido que reprimir su personalidad para adaptarse a la visión de ella: “He sido quien querías que fuera [...]. Tú has decidido que fuera un corderito”. La interpretación de David Bagés resulta hilarante.

Estas dos parejas –una más estilizada, la otra más tosca– nos ofrecen una muestra de costumbrismo contemporáneo en clave de comedia. Entre exabruptos, lugares comunes y estadísticas, se destapan agravios y se asestan unos cuantos golpes bajos, pero todo se reconduce hacia el happy ending: la familia unida vence de nuevo. Las cuatro interpretaciones resultan de lo más solventes y cómicas: la gestualidad desbordada de David Bagés transmite la parodia de una hipersensibilidad y nerviosismo extremos, además de una sumisión casi trágica; el lenguaje corporal de Albert Prat nos permite captar el choque entre la voluntad del personaje de mostrarse cercano –está genuinamente interesado por la fraseología catalana– y su altivez o pedantería, aunque ni de lejos es tan invulnerable como aparenta; también nos cautiva la gracia desenvuelta de las dos hermanas, con una Míriam Iscla explosiva. Aunque hubiéramos agradecido un giro más sorprendente o desestabilizador, la cosa funciona. La comedia de Cristina Clemente y Marc Angelet nos entretiene y nos hace pensar. Y también, ¡ay!, preguntarnos: “¿Pero dónde? ¿Dónde encontraremos la magia, Ramon?”.