Una idea brillante no es sinónimo de una ejecución brillante. Como hablar de aquello que más sabes, no te hace más interesante. De hecho, puede ser incluso al revés. Jonás Trueba, en compañía de Itsaso Arana y Vito Sanz, ha construido un juego de espejos confuso, desorientado, en Volveréis. Lo que parece una película romántica que huye de serlo, no acaba siendo ni una cosa ni la otra.
Demasiado ligado a las ideas
La película cuenta la historia de Ale y Alex. Una pareja madrileña, moderna, a tenor de su piso; no sabemos, ni sabremos, nada más de su pasado. Dos normales con cuenta de Filmin que, después de quince años juntos, organizan una fiesta para celebrar su ruptura. La noticia sorprende a familiares y amigos, pero siguen adelante con la historia. La idea, brillante, no acaba siéndolo –claro– ni para ellos ni para el guión. La ocurrencia es un pensamiento original de Fernando Trueba, padre de Itsaso Arana en el film, pero padre en la vida fuera de la pantalla de Jonás. El propio Trueba padre participa como actor de la comedia, siendo de lo más elocuente y creíble de esta por el juego de vestuario, el movimiento, la percepción de la vida. Muy probablemente, es la suya propia. Es un mal actor, pero un excelente reclamo para la película.
El cine de Jonás Trueba empieza a pecar demasiadas veces de azucararse sin quererlo. No atreverse a ser honesto y seguir demasiado ligado a las ideas
El cine de Jonás Trueba empieza a pecar demasiadas veces de azucararse sin quererlo. No atreverse a ser honesto, como otros coetáneos, tipo Daniel Sánchez Arévalo, y seguir demasiado ligado a las ideas (o a la ruptura de estas). Él sigue anhelando la poesía de Jonas Mekas, sus películas-diario, como Walden (1969). Ya pasó en La vírgen de agosto (2019). En Volveréis suma un handicap más: rupturas de cuarta pared (Itsaso Arana y Vito Sanz son directora y actor en la ficción de un film que es propiamente el largo que el espectador ve, un entuerto) y que son como alargar un jaque, solo le hace gracia al que va ganando. Ese realismo mágico solo entorpece el montaje.
El cine no sirve para mostrarlo, sino para ilusionar
Y que todo vaya de cine, qué sé yo. Todos los cineastas saben de pelis, ¿no? ¿Hace falta que esas vidas sean las que deben mostrar? Directores, actores, rodajes. El cine no sirve para mostrarlo, sino para ilusionar. La pareja creativa Trueba-Arana es ilustrada, importante para el sector. Pero en las películas de él no hay pelos de punta –siquiera en las músicas, muy bonitas, Volveréis de Adiós Amores, o Sepárate de Alonso y Lorena Álvarez– como sí pasaba en Las chicas están bien (2023). Era también algo así moderno, un ejercicio de estilo, ficción-realidad, pero había verdades cinematográficas, medio guion, medio momento, como aquella escena de Irene Escolar hablando por teléfono antes de la fiesta de pueblo. Es algo que no se consigue aquí.
Trueba se maneja en una idea anti-romántica que acaba siendo romanticismo dicho en voz baja
Trueba se maneja en una idea anti-romántica que acaba siendo romanticismo dicho en voz baja. Quiero y no puedo. Una película anti-comercial, pero que trabaja desde el yo –y encanta a los yoes de los festivales, como ya pasó en Europa Cinemas Label Prize en Cannes–. Hay algún momento cómico de guion: “¿Cómo estás con Alex?”, le dice un colega actor en un rodaje a ella. “No vamos a renovar temporada”, comenta. También es fantástico cuando los críticos hacen un encuentro para hablar del film dentro del film y hacen una crítica (autocrítica realmente) de la propia película. De los fallos: su construcción por –discuten– “acumulación”. Decía estos días Trueba que “el cine sirve para hacer en una película lo que no te atreverías en tu vida”. ¡Venga! Se entiende que arriesgue. Pero para las historias, no para el tendido. Si no, si la idea es de Fernando, que pruebe él a contarla.