“Lo primero que me ha gustado de este libro es que se llama El triunfo, y yo creo que triunfar con una primera novela es un desastre total, porque después te obliga a ser mucho mejor en la segunda, la tercera, la cuarta… y eso, uff, es muy difícil.” Quién habla es Lulú Martorell; o mejor dicho, la Lulú Martorell de 1990. Lo hace desde una destartalada azotea del barrio chino, antaño uno de esos espacios de socialización a cielo abierto, tan necesarios en esta parte tan poco ventilada de la ciudad, y a los cuales hoy a prácticamente a ningún inquilino se le permite el acceso. Tres décadas y media después, Lulú está igual. Barcelona, en cambio, ha vendido el alma. El fragmento pertenece al impagable video que documenta la presentación de la primera novela de Francisco Casavella, con motivo de la cual se montó una fiesta rumbera en la sala Nick Havana con actuaciones de Chipén, Estrellas de Gracia, Ramonet y Los Pocholos, la plana mayor de la rumba catalana.
Hay tantas adaptaciones teatrales posibles del Watusi como lectores que haya tenido el libro
El triunfo es una relectura de Hamlet ambientada en los bajos fondos de la ciudad, y quizás esa conexión con el celebérrimo dramaturgo inglés ya anticipaba que la obra de Casavella podía haber sido escrita para ser representada sobre un escenario. Y que si tenía que ser representada, lo natural era hacerlo sobre un tablao en el cual no faltaran la música, la verborrea, la cocaína ni, por supuesto, el baile. Pero como temía Lulú, este joven autor no sería mejor en su segunda novela (la infumable Quédate), a pesar de que remontaría posiciones con la tercera y la cuarta (la flipante El secreto de las fiestas), hasta llegar a la que es sin duda su obra más icónica: El día del Watusi. Y como estaba escrito, este texto ha sido finalmente adaptado mediante una juerga escénica que en las últimas semanas ha triunfado en el Lliure de Gràcia.
Watusi '65 – Watusi '2024
“He intentado ser lo más fiel posible al alma del libro para poder enfrentarme sin culpa a todas las traiciones que una adaptación supone”, explica Iván Morales, el director del montaje. “Al Francis le gustaba la fiesta, la música, la vida y todas aquellas verdades que los cuerpos no pueden esconder; no puede haber nada menos ‘tachán’ que una obra aburrida, que no te haga bailar. A partir de aquí, este es nuestro Watusi, dialogamos con él desde quién somos ahora, y desde el lenguaje escénico y dramatúrgico. Hay tantas adaptaciones teatrales posibles del Watusi como lectores que haya tenido el libro”, concluye.
Y para poner la guinda, Watusi '65 de Los Surfing Sirles viajando al pasado de la desaparecida sala KGB; construyendo, a través de la herencia musical, uno de los pocos puentes entre la Barcelona de ayer y la de hoy que todavía se mantienen en pies
La compañía presentó un anticipo del espectáculo dentro del Festival Grec 2023, Los juegos feroces, la adaptación del primero de los tres libros que integran este tríptico casavelliano sobre la Barcelona de los últimos treinta años del siglo XX. Desde entonces, se han pulido a consciencia algunos aspectos de la interpretación que —a criterio de este reseñista— chirriaban un poco. No era tarea fácil adaptar las casi mil páginas que conforman el volumen íntegro del Watusi, al menos dentro de los límites temporales soportables por la vejiga de un adulto. El resultado ha sido una trepidante obra de cuatro horazas (con dos breves descansos) que no dio síntomas de hacérsele bola a nadie. Es inevitable mutilar pasajes que en el libro aportan grandes alegrías lectoras, pero que, evidentemente, son necesariamente sacrificables en la adaptación teatral.
Consigue captar la épica oral y la literatura heroica de los bajos fondos que nos legó Casavella para transmitirla a un público contemporáneo que no necesariamente tiene que haber leído el libro
Poco importa, porque a tenor de los comentarios que tuve la oportunidad de cazar al vuelo entre el respetable, nadie o casi nadie había leído el libro. Y precisamente eso me pareció uno de los mayores méritos de esta representación: conseguir captar la épica oral y la literatura heroica de los bajos fondos que nos legó Casavella para transmitirla a un público contemporáneo que no necesariamente tiene que haber leído el libro. Y todo gracias al no menos heroico pulso interpretativo encabezado por el inagotable Enric Auquer, y acompañado de los talentos abusivos de Guillem Balart (bordó personajes tant difíciles como el ditirámbico Pepito el Yeyé o el espitoso Martí Oliver), Raquel Ferri (la mejor Supermán imaginable), David Climent (la mejor La Francesa imaginable), Xavi Sáez (mención aparte la superlativa encarnación de Ballesta), Vicenta Ndongo (la mejor Soplagaitas imaginable) y Bruna Cusí (la mejor Tina imaginable). Y para ponerle la guinda a la espectacular adaptación de Iván Morales, Watusi '65 de Los Surfing Sirles viajando al pasado de la desaparecida sala KGB; tendiendo, a través de la herencia musical, uno de los pocos puentes entre la Barcelona de ayer y la de hoy que todavía se mantienen en pie. Al salir, amparado en la cada vez más muerta noche gracienca, a uno le daban ganas de empuñar un espray de pintura roja y llenar de uves dobles toda la ciudad.