Explica Steven Spielberg que West Side Story ha sido poco menos que una obsesión desde que, cuando tenía 10 años, escuchó por primera vez la grabación de la obra teatral en el tocadiscos de su padre. Rodar un musical ha sido una fantasía parael cineasta que redefinió el cine como espectáculo y que se inventó el concepto de blockbuster con Tiburón (1975). Y el momento ha llegado con una estratosférica carrera en los hombros que le permite hacer lo que le dé la gana, también una nueva adaptación, algunos dicen que innecesaria (gracias por vuestra opinión, la tendremos muy en cuenta), de una de las obras musicales más trascendentes de la historia, tanto en Broadway como en Hollywood.
Es evidente que Spielberg, que de tonto no tiene ni un pelo, sabía perfectamente que la sombra de la mítica película homónima de Robert Wise y Jerome Robbins, ganadora de 10 Oscar, es gigantesca, pero el director de E.T. El extraterrestre (1981) aprovecha su posición en la industria para hacer lo que muy pocos se atreverían. Su West Side Story, que hoy llega a las salas de cine, es respetuoso, casi reverencial, con el original, pero también propone una reinterpretación que moderniza la puesta en escena, mucho más cinematográfica que la original, llena de energía y de luz, y que potencia la lectura social del relato.
Gentrificación y problemas identitarios
Como sabemos, el argumento del musical viaja a finales de los años 50 y se construye sobre la base de un enfrentamiento entre dos bandas de jóvenes sin futuro ni esperanzas, los Jets y los Sharks. Unos son hijos de la inmigración europea, los otros han llegado de Puerto Rico, con lo que, a nivel identitario, comporta la particular relación de la isla caribeña como estado libre asociado de los Estados Unidos. Dos bandas de perdedores que, además, se pelean para conseguir el control de un barrio que no será nunca para ninguno de los dos. Ya la primera secuencia, donde la cámara se pasea por una zona de solares y edificios en demolición, nos pone en alerta: el verdadero enemigo es la especulación inmobiliaria, y en las calles planeadas por el nuevo plan urbanístico no hay cabida ni para los unos ni para los otros.
El premio después de la guerra es sólo una quimera destinada a los ricos, que, como está cantado, acabarán barriendo los pobres. La inmediata presentación de Jets y Sharks por las calles que todavía sobreviven, con el chasquido de los dedos de los bailarines dentro del prólogo musical compuesto por Leonard Bernstein, nos sitúan en San Juan Hill (donde poco después se levantaría el Lincoln Center), el distrito de Nueva York que los puertorriqueños hicieron suyo, bajo la mirada de los autóctonos, en realidad hijos y nietos de aquellos que llegaron en el nuevo mundo procedentes de Europa. ¿Quién es un verdadero norteamericano y quién no? La inmigración mal vista, rehusada, por los mismos inmigrantes. La gentrificación y los conflictos identitarios que ya estaban presentes en el West Side Story original, pero que aquí se ven estimulados y elevados por la lectura de Spielberg y del guionista Tony Kushner (ya colaborador del director en Lincoln y en Múnich).
Sueño húmedo
La película dialoga con el contexto sociopolítico extraordinariamente polarizado que vivimos hoy. Pero más allá de estas lecturas potenciadas por el cineasta, el papel de Spielberg se sitúa en el equilibrio entre su particular visión y el culto casi reverencial que parece mantener por la esencia de la historia, por las coreografías creadas por Jerome Robbins en el teatro y en el cine, y por las icónicas canciones escritas por Leonard Bernstein y Stephen Sondheim. Su sueño húmedo de rodar un musical, ya apuntado en aquella extraordinaria apertura en el Club Obi Wan de Shanghai en Indiana Jones y el Templo Maldito (1984), se traduce en la aportación de energía y personalidad, y en una cierta inmersión, con la cámara interactuando de una manera sorprendentemente dinámica con números musicales como 'The Dance at the Gym' o el espectacular 'America', que cambia un tejado del original por el dinamismo y por una cámara que viaja de un piso y de sus ventanales hasta pie de calle. O consiguiendo una insólita comunión entre los bailes y la ciudad en 'Jet Song'.
Spielberg y Kushner cambian el marco de algunos otros números musicales: el fabuloso 'Gee, Officer Krupke' encuentra una insospechada nueva vida dentro de una comisaría; la fantasía de una boda que nunca se producirá de 'One Hand, One Heart' viaja de una tienda de vestidos de novia hasta una capilla, y 'I Feel Pretty' se traslada hasta unos grandes almacenes donde ahora trabaja la protagonista; pero son absolutamente fieles en momentos tan icónicos como el 'Balcony Scene (Tonight)' en la icónica escalera de incendios de un patio interior.
Historia de amor shakesperiano
También hay un absoluto respeto por la trágica y shakespeariana historia de amor entre María, hermana del líder de los Sharks, y Tony, fundador de los Jets, voluntariamente apartado de la banda después de pasar por la prisión (elemento que no se mencionaba al clásico de 1961). El regalo envenenado de dar vida a esta mítica pareja recae en una debutante deslumbrante de voz privilegiada, Rachel Zegler (escogida entre más de 30.000 aspirantes, sin ninguna experiencia previa), y en una semiestrella del cine adolescente, un Anson Elgort (conocido por cintas como Bajo la misma estrella, la saga Divergente o la estupenda Baby Driver) que se revela como un magnífico cantante.
El reparto en conjunto funciona muy bien, eliminando de la ecuación al falso latín de piel oscurecida por el maquillaje de la película original, abriendo la puerta a la diversidad. No sólo racial, también de género: el personaje de Anybodys (aquella niña masculinizada que quiere ser aceptada sea como sea por los Jets) se trata aquí como personaje transgénero, con todo lo que eso supone. De hecho, el personaje se cae a manos de una intérprete no binaria, Iris Menas.
Qué versión
Mención aparte merece a la esplendorosa nueva Anita, que confirma Ariana DeBose (una de las protagonistas del Hamilton de Lin-Manuel Miranda, y que también sacaba la cabeza en la estupenda serie de Apple TV Schmigadoon) como un talento a quienno perder de vista. La irresistible energía de DeBose la convierte en una heredera más que digna de la grandiosa Rita Moreno, la Anita del filme original. Y a quién Steven Spielberg le hace un regalo, un homenaje, en forma de un nuevo personaje creado para ella: la nonagenaria Moreno, también productora del filme, interpreta la viuda de Doc, propietaria de la tienda de comestibles donde los Jets se reúnen de vez en cuando, un insólito ejemplo de mezcla entre caucásicos y latín, presencia fundamental en la trama, con canción propia (la preciosa 'Somewhere') y con un encuentro emocionante y poético con la nueva Anita, en pleno clímax del relato.
Sí, con su adaptación, Spielberg consigue lo que mucho pocos esperábamos: a partir de ahora, cuando hablamos de la majestuosa y extraordinaria West Side Story, tendremos que especificar de qué versión se trata. Ya no tenemos una obra maestra del musical titulada así: tenemos dos.