Es indiscutible que el Barbenheimer de hace dos veranos fue una perfecta operación de marketing que benefició las dos películas, Barbie y Oppenheimer, que, supuestamente, competían para petarlo en las salas. Todavía un pelín lejos de Navidad, alguien ha pensado que sería buena idea reproducir la rivalidad con Gladiator II y con Wicked, que en los Estados Unidos se estrenaban el pasado fin de semana, a las puertas del día de Acción de Gracias. El ahora bautizado como Glickedha hecho que la taquilla norteamericana registrara el segundo mejor fin de semana del año, aunque la batalla deja a una clara ganadora: y es que aquello que Wicked ya había vivido en los escenarios de Broadway, convirtiéndose casi en un fenómeno de la cultura pop, se ha reproducido en los cines yanquis, con una magnífica recaudación de 114 millones de dólares, por los más de 55 de Gladiator II. En nuestro país tampoco ha habido color, pero a la inversa: es el péplum de Ridley Scott quien dobla los ingresos de un musical que, aquí, no tiene la enorme popularidad ni el impacto del que sí que disfruta en los países anglosajones.

Vayamos por partes: Wicked, y hablamos de la primera de las dos entregas en que Universal ha decidido dividir la historia sin más necesidad que la monetaria, viene a ser una especie de precuela de El Mago de Oz que explica los orígenes de la Bruja Malvada del Oeste. ¡Ojo!, que el American Film Institute la sitúa en cuarta posición entre las mejores malvadas de película de la historia, solo por detrás de Hannibal Lecter, Norman Bates de Psicosis y Darth Vader. Pero el musical de Stephen Schwartz y Winnie Holzman cuestiona la maldad del personaje y explica cómo todos aquellos traumas que arrastra desde niña acaban dirigiéndola por el mal camino. Suponiendo que este mal camino no sea nada más que la lógica reacción al odio de toda una comunidad cabe a la diferencia y la disidencia.

Wicked, el musical de Broadway era mejor

La película empieza haciendo un guiño en la maravillosa El Mago de Oz, la icónica, la de Judy Garland cantando Over the Rainbow, la del Espantapájaros, el León Cobarde y el Hombre de Hojalata. Los cuatro aparecen brevemente en un rincón del plano de una de las primeras escenas de Wicked, minutos antes que Glinda, la Bruja Buena del Norte, anuncie la muerte de Elphaba, la Bruja Malvada del Oeste. Así, lo que veremos desde entonces es un gigantesco flashback, que empieza con la infancia de la protagonista, marcada por su piel verde, que ha provocado que la señalen desde pequeña, que le hagan bullying, que la marginen, que la puteen hasta límites insoportables. Incluso su padre, el antiguo gobernador de Munchkinland y marido cornudo, ha pagado las infidelidades de su mujer menospreciando a la hija. De aquí, y ya crecida, la acompañaremos hasta la Universidad Shiz, un campus que parece sacado de una película de princesas Disney, y descubriremos la relación de odio-amor entre Elphaba y Glinda.

Harry Potter conoce Una rubia muy legal

Todo el primer acto de este Wicked: Parte 1 se respira como una interminable mezcla entre las historias de Harry Potter y Una rubia muy legal, o cualquier comedia de institutos, con un subrayadísimo mensaje contra la intolerancia y la marginación hacia la diferencia. La protagonista, igual que la audiencia no previamente entregada, tiene que soportar la imbecilidad de sus compañeros de clase y algunos movimientos extraños de una profesora que ve potencial en ella. Y, sobre todo, tiene que competir con una antagonista que acabará convirtiéndose en amiga íntima. O no. En definitiva, y después de viajar juntas hasta Ciudad Esmeralda para conocer el famoso Mago de Oz, Wicked acaba con su canción más famosa, Defying Gravity. Justamente allí donde la obra teatral se tomaba un descanso: ¿si la función dura dos horas y media, por qué diablos nos hacen comulgar con dos películas que superan, por separado, la duración del musical original?

El primer acto de este Wicked: Parte 1 se respira como una interminable mezcla entre las historias de Harry Potter y Una rubia muy legal

Recordando la operación de Peter Jackson convirtiendo en tres películas, TRES, las trescientas páginas de El Hobbit (por alegría desatada de los incontables fans de Tolkien, que compran, incluso, la desganada serie de los Anillos de Prim Video), esta decisión prioriza cuestiones comerciales por encima de las artísticas, y provoca que la infladísima narración, con tantas secuencias estiradas como un chiclé, rompa el ritmo constantemente. Visualmente agotadora, con un abuso de los efectos generados por ordenador que empequeñece el buen trabajo del diseño de producción, y con una saturación cromática (venga el verde de una y venga el rosa de la otra) que no puede esconder la calamitosa dirección de fotografía, Wicked tampoco brilla por sus números musicales, que no pueden estar peor diseñados y dirigidos. La calidad de las canciones es opinable, no discutiremos aquí lo que son himnos para centenares de miles de personas. Pero la chapucera plasmación en la pantalla es tan evidente que hace daño. Uno se pregunta qué méritos ha hecho John M. Chu para que se le encargue un proyecto tan ambicioso: no olvidemos que antes había dirigido En un barrio de Nueva York, la pedestre, insoportable, adaptación de otro musical de éxito, In the Heights de Lin-Manuel Miranda. No hay que decir qué insultante resulta que el tal Chu pueda compartir ningún espacio con tantos talentosos cineastas que contribuyeron a agrandar el género. Si los Dan, Minnelli, Berkeley o Kelly resucitaran, volverían de hacia sus tumbas. Sin necesidad de ir tan lejos, el año pasado Wonka nos demostraba que era perfectamente posible imaginar los inicios bondadosos de un futuro malvado de cuento, mezclándolos con humor y canciones magníficas, y construyendo un musical para toda la familia con cara, ojos y toneladas de encanto.

Wicked, una experiencia visual agotadora

Visualmente agotadora, con un abuso de los efectos generados por ordenador que empequeñece el buen trabajo del diseño de producción, y con una saturación cromática que no puede esconder la calamitosa dirección de fotografía, Wicked tampoco brilla por sus números musicales, que no pueden estar peor diseñados y dirigidos

Pero no todo en Wicked es un desastre: merece un aplauso la elección de una superlativa Cynthia Erivo que se eleva, de largo, como la mejor baza de la película, transmitiendo la tristeza y la fragilidad de un personaje destinado a dar un puñetazo sobre la mesa y salir volando sobre una escoba. También funciona bastante bien una Ariana Grande que convence en la piel de la egocéntrica, pija e irritante (¿a alguien más le recuerda a Tamara Falcó?) Glinda. Más allá, las figuras secundarias no tienen ninguna entidad, no son otra cosa que sombras que se aprovechan para mostrar la necesaria diversidad del nuevo Hollywood, y ni Jeff Goldblum haciendo de Jeff Goldblum consigue el efecto esperado. En todo caso, y a distancia sideral de cualquier gran musical que nos venga en la cabeza, Wicked aprovecha a ratos sus armas. Y es evidente que la apuesta para ofrecer un espectáculo familiar bigger than life la hace una buena opción de entretenimiento para grandes y pequeños las próximas fiestas de Navidad. La digestión, sin embargo, y estáis avisados, puede ser peor que la de la escudella, los turrones y los canalones de Sant Esteve.