En el primer minuto de proyección de Locomía, la nueva serie documental que acaba de estrenar MovistarPlus+, todos los que recordábamos aquel fenómeno musical y estético, transgresor y lleno de magia, ya estamos atrapados. Uno se apostaría un guisante de Llavaneres a que el efecto hipnótico de esta producción, anunciada como el mayor culebrón nunca bailado, da la misma impresión en quien no sabe absolutamente nada de aquel grupo de jóvenes que habían revolucionado las noches de Ibiza a principios de los años 80 armados de abanicos y faldas, de hombreras y zapatos de larguísima punta.
Hijo del sueño de un genio, o un iluminado, o quizás las dos cosas, llamado Xavier Font, que había llegado a la isla con 20 añitos, dispuesto a hacer realidad el batiburrillo que tenía en la cabeza, a vender sus diseños y liberar su necesidad de liderazgo ("soy dominante, autoritario, tenía un poder de seducción muy fuerte y necesitaba a mi harén", advierte al principio de la serie, autodefiniéndose como un flautista de Hamelín, un ladrón de almas); tan extravagantes como adelantados a su tiempo, los Locomía se convirtieron en el máximo reclamo de la discoteca KU (y de una isla que era sinónimo de libertad en aquella España que intentaba quitarse de encima el gris, justo empezando a despertar de la pesadilla de 40 años de franquismo), y alguien supo ver un potencial extraordinario: este alguien era José Luis Gil, mánager musical con un insólito olfato y una envidiable visión para los negocios.
Conocido en la industria como el rubio de oro, presidente de la discográfica Hispavox con sólo 25 años, había tirado las carreras de Miguel Bosé o Alaska y Dinarama, y pensó que la fascinación que despertaban aquellos animadores nocturnos se podría repetir en las listas de éxitos con un puñado de canciones a medida. Que no cantaran era lo de menos. Trasladados a Madrid, Locomía acabaría reventando el panorama musical, en España y en Latinoamérica, repitiendo el impacto que habían tenido en Ibiza. Pero todo aquello duró muy poco, y la lucha de egos desmesurados entre Gil y Font destruyó la fantasía. Los tres capítulos de Locomía juegan a explicar el fenómeno y ponen el foco en una intrahistoria que destapa las miserias, los enfrentamientos, los desamores, también los momentos álgidos, de aquella formación visionaria. Hablamos con el padre de la criatura, un Xavier Font que se convierte en uno de los grandes protagonistas de esta serie.
Debes estar haciendo más entrevistas ahora que en la mejor época de Locomía...
Pues sí, he hecho muchas, y digo las cosas como en el docu, de una forma muy visceral, muy yo, si gusta o no es otra cosa. Pero es cierto que, aunque en aquella época hacíamos entrevistas, eran mucho menos personal, porque entonces estábamos muy controlados y muy reprimidos. Vendíamos más una imagen que una voz...
José Luis Gil y yo somos dos personas con mucho ego, dominantes y autoritarios; cada uno explica las cosas desde su perspectiva y supongo que los dos tenemos parte de razón
Aquí se os escucha, tanto a ti como a los otros componentes del grupo.
Es el gran poder de este documental. Somos los protagonistas de una historia que en gran parte no se conoce. Quizás yo tengo más protagonismo, pero todos ellos tienen mucho que decir, sin mi troupe este documental no hubiera sido lo mismo. Les pedí que hablaran desde el corazón, estaba convencido de que irían a parar al mismo punto: en este viaje hubo más amor que odio, nos seguimos amando, hemos tenido nuestras diferencias, incluso con mi hermano Lluís, que es sangre de mi sangre y que formó parte del grupo original y del otro Locomía (en el documental descubriréis aquel momento en que coincidieron dos formaciones con el mismo nombre). Pero estas cosas pasan en todas las familias, y nosotros formamos una.
El documental engancha porque hace honor al claim publicitario del mayor culebrón nunca bailado. Pero también porque está planteado como un duelo de egos carismáticos: Font vs. Gil, casi King Kong contra Godzilla...
(ríe) Nadie me lo ha definido así, pero me gusta... Somos dos personas con mucho ego, dominantes, autoritarios. Y cada uno explica las cosas desde su perspectiva, supongo que los dos tenemos parte de razón. Yo defiendo lo que he vivido, el espíritu de Locomía. Eso no fue un grupito de música, fue mucho más, una historia que empecé siendo muy joven, con una estética muy avanzada a su tiempo, y es mi historia pero la de muchos más. No soy individualista, de haberlo sido quizás ahora sería como Alaska, como Miguel Bosé o Tino Casal, en paz descanse. El público no es imbécil, y creo que cada uno se retrata en el documental: yo he sido muy honesto y, aunque tengo esta manera de hablar, yo no falto el respeto a nadie, no le llamo a nadie traidor ni bobo ni nada por el estilo.
Pero el documental sí deja claro que eres explosivo, que tienes un pronto...
Sí, absolutamente. A diferencia de Godzilla (ríe), que se pensaba mucho las cosas, yo no. Porque, como Locomía, soy visceral. Yo no tenía un plan para ir a Ibiza a hacerme famoso, quería ir con mi gente, vender ropa, y allí me enamoré y se enamoraron de mí. Claro, yo era muy ambicioso: tenía un novio y quería dos, cuando tenía dos, quería cuatro... Pensemos que era el año 1984, yo tenía 20, y hacía lo que la gente de esta edad hacía, lo bastante buena persona que era.
Hay un momento clave en todo vuestro periplo, cuando dejáis Ibiza y os marcháis a Madrid. ¿Os vendisteis la libertad?
Sí, pero la gente tiene que entender los motivos. Piensa que nos encontramos con qué nos habían quemado la casa, que a la gente de la noche de Ibiza nos atacaba cada noche, nos pinchaban las ruedas de la furgoneta, y que Manolo (Arjona, entonces pareja de Font y miembro del grupo) me pidió que lo sacara de la isla, porque casi lo envenenan cuando le dieron una raya de heroína haciéndole pensar que era coca... Yo adoraba a Manolo, lo adoro ahora y lo adoraré siempre. Y si, además, llega el rubio de oro, y te propone hacer un single, con un contrato de un año, con determinadas cláusulas... yo pensé que podía ir a Madrid, ver qué pasaba, y si no me gustaba volver a casa. No lo conseguí, con la telaraña extendida era demasiado complicado. Me sentí atrapado. Sí, supongo que nos vendimos el alma al Diablo.
He llorado mucho viendo la serie, hay muchos momentos que me emocionan
Si os hubierais quedado en Ibiza...
A lo hecho, pecho. Lo que pasó ya no se puede cambiar. Pero también es verdad que cuando estaba en Madrid e intenté dar una nueva imagen al grupo, y José Luis Gil no lo permitió... en aquel momento Michel Cretu, el de ENIGMA, tenía una producción mucho chula de canto gregoriano y no tenía artista visual, me llamó, y aquello me hubiera encajado de puta madre. Tuve la mala pata de encontrar a un productor que quería hacer un producto comercial, y me hubiera podido unir con alguien que hubiera hecho una música más underground, y ahora haría años que estaría en Ibiza posicionadísimo. Lo que pasó, pasó, pero sí, podría haber hecho una cosa mucho más luminosa. Y es lo que me gustaría reprender. Segundas partes no fueron nunca buenas, pero esto no es una segunda parte: es la continuidad de un testarudo con mucho ego que tiene muy claro que siente eso.
En la serie te desnudas y admites tus debilidades, y Gil no lo hace.
Él está por encima de todo y no se equivoca nunca... Pero el ser humano se equivoca constantemente, y yo soy perfectamente consciente: sé quién soy, sé quién era, un tipo visceral, buenazo, que a veces dice las cosas sin pensar, que ha hecho cosas mal y las ha pagado. Yo he llorado mucho viendo la serie, hay muchos momentos que me emocionan.
Locomía, un proyecto vivo
Mientras conversamos con Xavier Font nos explica que lo enganchamos probándose el vestuario para la fiesta de presentación de la serie, nervioso por el reencuentro con todos sus ex compañeros (algunos de ellos también ex parejas), emocionado también con mil y uno proyectos de reinvención de Locomía. Uno de ellos será un largometraje que producirá una plataforma que no quiere desvelar, que empezará a rodarse en septiembre y que ficcionará parte de la historia del grupo. Pero no es el único, a pesar de la amenaza de demandas judiciales que José Luis Gil suelta en la serie.
¿Qué puedes decir de la sombra de posibles denuncias de Gil?
La marca y los derechos son míos, desde los abanicos al movimiento, la ropa, los sombreros, las botas, todo lo tengo registrado. Llevo muchos años cubriéndome las espaldas, ya me pasó de ceder la marca durante cinco años a nuestro ex representante, y eso me costó ceder mi lugar en el grupo y mucho sufrimiento.
Todavía enamoro, tengo esta virtud, y la pienso explotar: si lo hice con 20 años, lo haré con 60
Dices en la serie que la industria te debe un Grammy, pero yo os veo más en Eurovisión.
Suena prepotente. Cuándo lo digo me refiero a un reconocimiento, y creo que este documental ya es un regalo, ya hace la función del Grammy. A Eurovisión ya estuvimos cerca de ir, el año que enviaron a Azúcar Moreno. En aquel momento teníamos una canción que hizo Gil, que se llamaba Luna Luna, la debe tener guardada en un cajón, y habíamos diseñado una estética espectacular muy del estilo Circo del Sol. No fuimos porque TVE no quiso, por aquello de siempre: España representada por puntos suspensivos, gays y no gays... Fue una pena, igual que el fenómeno de ABBA nació en Eurovisión con una mezcla de música y estética, en aquellos momentos Locomía hubiera tenido muchos números para ganar.
Nunca es tarde: Eurovisión, el Sónar...
He ido a buscar a un productor de música electrónica, Julio Posadas, que respete una historia de más de 30 años, que entienda la necesidad de una metamorfosis de Locomía. Y yo vivo un buen momento, feliz, pletórico, de pie en mis casi 59 años, y manteniendo la gracia de enamorar. Todavía enamoro, tengo esta virtud, y la pienso explotar. Si lo hice con 20 años, lo haré con 60. Si tengo tiempo de presentar el proyecto en el que estamos trabajando, pues intentaremos ir al Benidorm Fest, y si no, la idea es tener continuidad, sacar un nuevo disco, seguir evolucionando Locomía. Y también querría ir al Sónar el próximo año con mi marca, representando una historia musical transgresora, luminosa, avanzada, comercial, y con una imagen que cambia el mundo rococó de una Ibiza blanca por una imagen del 2030, que tengo en la cabeza y ya lo hubiera hecho realidad en el 95 si me hubieran dejado.
¿El Xavier de hoy tiene el ego más controlado del que se marchó a Ibiza en los años 80?
(habla con su marido) Harold, ¿cómo tengo tengo el ego de controlado? Dice que todavía lo tengo, pero que no es un ego malo. Eso es como aquello de la puta de buen corazón. Soy egocéntrico de buen rollo, de buen corazón. Con mi marido tenemos unas broncas cada día desde hace cinco años que flipas, porque yo no me controlo. Tienes que entender que mi marido, de 24 años y de La Habana (Cuba), el último dragón, es un joven viejo, y yo soy un viejo joven de 58. Y este viejo joven tiene un niño dentro...
¡Eso lo dice José Luis Gil en la serie!
Sí, dice que yo era como un niño que, cuando no lo dejan jugar y se enfada, coge el juguete y la rompe. Si yo no juego, no juega nadie. Pues eso lo ha clavado, es verdad, este era yo. Y todavía queda un ramalazo de aquello en el Xavier Font de hoy, porque hay un niño intenso que no morirá mientras no se marche de esta vida terrenal. Y no quiero cambiar. La edad te mejora porque te haces más consciente de cómo eras de sinvergüenza, y te ves hablando en una serie y piensas que te tienes que portar más bien, pero yo ya era así cuando salía de Sant Boi para ir a Studio 54... Y esta noche cuando salga con toda mi tribu urbana, con todos los que amé, los que me amaron, los que dejaron de amarme, volveremos a estar juntos y eso es muy poderoso.
Un reencuentro emocionante...
Vienen Manolo, Carlos, Gard, Juan Antonio, Lurdes con su hija, es un reencuentro muy fuerte. Y eso no lo tiene Godzilla... ¿te acuerdas de que King Kong cogía a aquella chica rubia para salvarla? Pues mi tribu es la chica rubia. Tú has puesto la comparación, pues yo soy King Kong y Godzilla estará en su casa dando por culo. Él no ha ido a ningún sitio, yo sí he dado la cara, y estoy feliz. Viendo la serie y encontrando cosas más bonitas en cada visionado. Este señor no puede estar contento si a día de hoy, tantos años después, todavía sale diciendo las cosas que dice de mí. Al final, toda mi tribu está aquí, y este es el mensaje de la serie: no hay ni buenos ni malos, pero al César lo que es del César. Y no hay más. O sí, porque Locomía no se ha acabado.