Acaba de inaugurar el Serielizados Fest y la podréis ver en Disney+ el próximo 30 de octubre. Y no nos hace falta ninguna bola de cristal por pronosticar que Yo, adicto lo petará, en las reacciones del público y en la próxima temporada de premios. Dolorosa pero también absolutamente luminosa, basada en la experiencia real de su creador y director, Javier Giner, y con un reparto perfecto encabezado por un sensacional Oriol Pla, Yo, adicto nace de la honestidad. Primero en forma de libro (editado por Paidós) y, ahora, como miniserie de seis capítulos que explora los efectos de las adicciones y la necesidad de perdón y autoconocimiento. Y que, por encima de todo, es una lección de vida: de abrazarla, de exprimirla, de surfearla sin permitir que nos ahogue a golpe de oleada.
Empecemos por el principio: los que nos dedicamos a escribir y a hablar sobre ficciones cinematográficas y seriéfilas conocemos a Javier Giner desde hace muchos años. Algunos, como quien escribe este artículo, incluso hemos compartido ciertos niveles de intimidad. Durante mucho tiempo, Javi nos ha agendado entrevistas y nos ha organizado proyecciones desde su lugar de jefe de prensa de El Deseo, donde empezó a trabajar de bien joven, llegado a Madrid desde su Barakaldo natal.
Nos pasó leyendo Yo, adicto y nos vuelve a pasar en esta adaptación en imágenes, escrita y firmada por el propio Giner (con la colaboración de Elena Trapé a la dirección): ver esta intensa miniserie de seis episodios, que explica el descenso a los infiernos y la resurrección de alguien que conocemos y queremos, se convierte en una experiencia insólita por inusual, que hace imposible una mirada con distancia y, probablemente también, la objetividad. Aviso hecho.
Un payaso tocapelotas
"Soy un payaso tocapelotas e histriónico, arrogante, bocazas, frívolo... ¿dónde empieza alguien el relato de su propia vida?", nos dice la voz de Oriol Pla/Javi Giner solo iniciarse la serie. El protagonista es todo eso y, también, un adicto al alcohol, a la cocaína y al sexo compulsivo. Después de tres años de espiral autodestructiva y pérdida absoluta de control, y de tocar fondo en un episodio completamente desolador ("tardaré mucho en conseguir verbalizar este recuerdo, al perdonarme por lo que le hice a mi madre"), nuestro hombre decide ingresarse en el mismo centro de desintoxicación que había abandonado meses antes, convencido que aquel lugar lleno de yonquis no era el suyo.
Explica Giner que rodar esta serie, como poner palabras a su historia, no ha sido ninguna terapia, porque este trabajo ya lo había hecho previamente, en la clínica y con psicólogos. Más bien, el viaje consciente que propone Yo, adicto pretende desestigmatizar a los enfermos, mostrarles como los seres humanos que son, en un momento en el que todos juntos nos llenamos la boca con la salud mental. Él mismo se vio dominado por el prejuicio cuando pisó el centro y no se identificaba con ninguna de las problemáticas que lo rodeaban. "Los de la coca vais de finos, pero aquí somos todos iguales", tendrá que escuchar.
La serie también quiere poner el foco en una carencia que tenemos como sociedad, porque nadie nos ha enseñado una educación emocional sana. Quizás sean palabras mayores, pero Yo, adicto es, en definitiva, una historia sobre aprender a vivir y a querer, a uno mismo y a quien nos nos rodea. Los meses de estancia en la clínica centran una trama de ganancias y (muchas) pérdidas, de renuncias, de violentos ataques de ira, de curas de humildad, de miedos desatados, de aprendizajes y desaprendizajes, de culpas y responsabilidades, de lágrimas y algunas risas, de llamamientos de auxilio y de construcción de relaciones humanas eternas.
Yo, adicto pretende desestigmatizar a los enfermos, mostrarles como los seres humanos que son
Los seis capítulos de Yo, adicto tocan a menudo el corazón del espectador, pero posiblemente sea el quinto el que clave el puñetazo más potente de este combate contra la autodestrucción: bajo el título de La familia, el episodio penetra en una sesión de Giner con su psicólogo en la que le explica una salida de cuatro días con sus padres. Como tantísima gente de una generación que no ha expresado nunca sus sentimientos ni se ha comunicado como haría falta, la madre y el padre de Javi hacen lo que pueden, lo quieren pero contribuyen decisivamente a su desorientación emocional. "¿Qué he hecho yo para tener un hijo así?" En una explosión que pone los pelos de punta, el protagonista se abre en canal para decir aquello que lo quema por dentro.
La simbiosis Pla/Giner
Radicalmente honesta y valiente, profunda y conmovedora, visceral, también divertida a ratos, toda una montaña rusa de emociones, Yo, adicto no se entendería sin la simbiosis entre Javier Giner y Oriol Pla. El actor barcelonés está extraordinario: el arco narrativo le pide una evolución que él navega con entrega y toneladas de talento. Y consigue mimetizarse en su director, reproduciendo gestos, tonos de voz, pequeños detalles que dejan con la boca abierta, como mínimo la boca de los que conocemos a Javi.
La exhibición de recursos y el compromiso de Pla son infinitos, pero la serie también se pone en manos de un reparto fabuloso que sabe construir personajes con cuerpo y alma, por pequeños que sean. De Nora Navas, sus silencios y sus miradas en la piel de Anaís, la educadora social que mostrará el camino a la sanación del protagonista, hasta los veteranos Itziar Lazcano y Ramón Barea como padres de la criatura, las acciones de la serie suben vertiginosamente gracias al trabajo de Marina Salas, de Victoria Luengo, de Alex Brendemühl, de Andrés Herrera, de Bernabé Fernández, de Omar Ayuso, de Guillem Ballart, de Quim Àvila... La familia intepretativa que la producción ha formado es indiscutiblemente brutal.
Cuando cualquier paciente llega al centro de rehabilitación, vive el recibimiento de algún otro enfermo veterano, para hacerle de guía y ayudarlo en los complicados primeros momentos de estancia. De alguna manera, Yo, adicto hace un papel similar para aquellos espectadores que puedan verse reflejados en alguna de las problemáticas que se abordan. Pero, más allá, una de las claves que hacen tan impactante la serie es que nos interpela a todos. Alguien dice en un momento: "Todos somos adictos a alguna cosa". Y probablemente así sea, sin embargo, en cualquier caso, y si no lo hemos hecho antes, todos somos susceptibles de caer en un pozo como el del protagonista. Todos tenemos miedos, frustraciones, anhelos, todos nos cruzamos en algún momento con el fantasma de la oscuridad. Y es en este punto donde se hacen imprescindibles los vínculos, las redes de afecto. Por eso Yo, adicto es tan valiosa: porque nos explica que es posible amar, y amarse, más y mejor.