Juzgar de primeras está feo. En segundas nupcias, muy probablemente también. Pero es que no hay quien aguante más este Zenit de 3Cat. Ya en su estreno fue un esperpento, y la entrega del pasado viernes confirmó los peores presagios: no existen motivos por los que la televisión pública tenga que programar un Juego del calamar de voces inmolándose por carencias del formato o, directamente, por fallos técnicos.

Con la música en televisión, excepto potenciar su presencia de calidad en vivo (con excepciones muy contadas, como el reciente Les feres de Nervi), se ha hecho casi de todo: realities (Popstars u Operación Triunfo) con sus respectivos revivals, programas de cameos (Tu cara me suena) y hasta formatos que parecían prescindibles, pero que tuvieron su público, buenos jurados y un momento oportuno (Oh Happy Day). Lo que le podría haber pasado a este Zenit, que gasta buen repertorio, pero que tiene un guion lleno de lugares comunes: los zeta saben o no poner un vinilo, Joan Reig de abuelo cebolleta.

La mecánica del concurso es muy simple: veinticuatro cantantes profesionales interpretan “logros musicales para seducir a todas las generaciones y convertirse en el artista más intergeneracional”. Como puso en debate en su día C. Tangana con OT, discutiendo sobre qué gracia tenía llamar “artista” a alguien que participaba en un concurso como el de Gestmusic, teniendo en cuenta que el objetivo era —tal y como dicta el nombre del formato— “triunfar” (¿es el objetivo de un artista triunfar?), con Zenit pasa algo parecido: ¿acaso hace falta convertirse en artista intergeneracional para mostrar la valía artística?

Las galas ponen a competir, que no a dialogar, a diferentes voces para “elegir al artista con mejor estrategia para seducir a todas las generaciones”. Nombres, todos ellos con algún éxito en el pasado, salen ahí, a los tigres. Con una mueca áspera, pues los elementos técnicos no son los mejores. Está Manel Navarro, exrepresentante de Eurovisión, autor de aquel gallo rompecristales de Bohemia, a quien, por si fuera poco, en su regreso a la pantalla no le funcionaron los in-ears en un “Wonderwall” (Oasis) que sonó monstruoso. Después hizo un karaoke de “Una lluna a l'aigua” (Txarango) de llorar. Estuvieron también Natxo Tarrés (Gossos) o la generosísima —por acceder a un espacio así— actriz y cantante Helena Miquel (Élena o Delafé y las Flores Azules). Para qué engañarnos, genial en “Karma Chameleon” de Culture Club.

Y en medio, Miki Núñez, que nació con una sonrisa grapada y que lo tarareó —no sin ego— todo. Y no olvidar a los capitanes de cada generación: Suu y Lildami, algo más entonados, Gisela y el citado Joan Reig (Els Pets). Lo más impresionante es el atrezzo: grada espectacular. Lo demás, mucha extrañeza. Ver cómo personas con voces, incluso carreras notables, se exhiben ante un jurado con poquitos argumentos en general... Zenit sí consigue algo: cabrear a todas las generaciones, es equitativamente edadista. A los jóvenes, como bobos, a los mayores, como gagás. Maltrata hasta a la música en directo.