El Barça durmió la noche del 14 de febrero divorciado de su mundo de ensueño. Tenía que ser amado el día de San Valentín y acabó siendo odiado. Había sido maltratado por el PSG en el Parque de los Príncipes con una goleada histórica (4-0). Pero si daño hizo el marcador, mucho más letal pareció la imagen de impotencia que dio el equipo. Resultado y juego sirvieron para rescatar fobias y filias del entorno, sabios oportunistas que ya habían anunciado el desastre, pero, sobre todo, para pedir subrepticiamente el relevo de Luis Enrique y, en definitiva, para enterrar al equipo. El barcelonismo en su esencia. El Barça en crisis, contra la pared. Todo un problema para planteárselo al gran profesor Merlín.
Históricamente en el fútbol como en la vida las verdades absolutas han gozado de razón en función de los resultados. Hoy hay dos verdades. Una es indiscutible: el Barça perdió 4-0. La otra puede discutirse: el Barça no está eliminado.
Cuando Johan Cruyff pronunció la mítica frase de “se acabó un ciclo”, en mayo de 1994, el Barça acababa de perder estrepitosa y sorprendentemente la final de la Copa de Europa en Atenas con el Milan (4-0). Pero no había pasado ni una semana que ese mismo equipo había llevado al éxtasis y a un estado de efervescencia mayúsculo al barcelonismo tras conquistar en el último minuto de la última jornada de Liga un nuevo título. En menos de cuatro días, ese mismo Barça que en enero también había goleado 5-0 al Madrid, pasó de ser el “dream team” a un equipo para el desguace. Del cielo al infierno. Igual que ahora.
El techo muy alto
En el análisis del desastroso partido de París no hay que olvidar que la imagen del Barça triunfador de los últimos años aparece en la retina constantemente. Ese equipo subió el listón del fútbol a un techo que hoy en día se antoja irrepetible. Hasta el propio Pep Guardiola, creador de esa hermosa criatura, renunció a continuar dirigiéndola porque creyó que había llegado al límite.
Los siguientes siempre dejaron en el ambiente una frase que permanece en la órbita: “Cualquier comparación con Pep, la perderemos”. Nada sería igual aunque volviera Pep. Hasta él perdería consigo mismo.
La perfección reduce al rival
En el mismo análisis hay que recordar que el mejor Barça, el que creó Pep de la mano de Messi, el de Tito Vilanova, también de la mano de Messi, y el de Luis Enrique, que cuenta con Messi, han tenido actuaciones que nos han obligado a escribir crónicas en las que el equipo blaugrana parecía jugar sólo y reducía a la mínima expresión a su adversario por muy grande que este fuera.
Cuando un equipo juega perfecto, como lo hizo el PSG el martes, el rival parece pequeño. Los partidos malos existen aún para los que han marcado la excelencia. Y no hay entrenador que no se haya equivocado en la vida. Desde Cruyff pasando por Guardiola y hasta llegar a Luis Enrique. Todos ellos han recibido goleadas en algún momento como entrenadores. El Bayern Munich de Pep, por ejemplo, recibió una paliza en las semifinales de la Champions del 2014 en su propio campo a cargo del Real Madrid (0-4).
Siempre resulta muy fácil hacer leña del árbol caído. La prensa francesa ha preferido elogiar al PSG, hablar de una increíble demostración, de una noche mágica, que hundir al Barça. La prensa catalana ha elegido el derrumbe del equipo.
Errores de Luis Enrique
En el mismo análisis no hay que olvidar los defectos del equipo y el mal planteamiento del partido, responsabilidad que recae sobre el entrenador. Nadie debe dudar de la profesionalidad y la capacidad de Luis Enrique. Lo ha demostrado para dirigir un equipo que cierto tiene la mejor delantera del mundo, pero ha perdido calidad y fuerza en su mediocampo y defensa.
No hay que olvidar que el fútbol base no está produciendo un cerebro como Xavi, Guardiola o Milla, pero tampoco que Robert Fernández, el cuerpo técnico y el o los directivos de turno se equivocaron al fichar a André Gomes, un futbolista sin sangre que parece estar todavía aturdido por la mayor calidad de las estrellas del vestuario.
Es el entrenador quien elige las alineaciones en función de los entrenamientos. Pero cuesta creer el empecinamiento en Sergi Roberto como lateral derecho y no ofrecerle las mismas oportunidades como centrocampista, que es su posición natural.
Siempre he imaginado a Luis Enrique como un entrenador valiente. Me cuesta creer que no se atreva con un lateral contratado para el B como Nili, un jugador que ya tiene 23 años. ¿Qué hace un futbolista a esa edad en un filial?
Nadie debe dudar tampoco que Luis Enrique es un estudioso del fútbol. Y sabe perfectamente que lo que más le gusta al jugador es que le digan las debilidades del rival. Ante el PSG la impresión que dio es que los jugadores desconocían que los iban a rajar por el centro.
Al mal planteamiento, reconocido por Busquets, se sumó una noche horrible de jugadores que suelen marcar la diferencia. Messi fue presionado de tal forma que cuando bajó en busca de balones que no le llegaban acabó perdiéndolos.
Pero este Barça, con Luis Enrique al frente, merece seguir siendo respetado como lo hicieron incluso los propios jugadores del PSG.
Agarrarse a la fe de Neymar
El partido más importante en la historia de este equipo ahora es el de vuelta, el del 8 de marzo en el Camp Nou. Cierto que un equipo que ha ganado 4-0 en la ida tiene un 100% de posibilidades de clasificarse, en una estadística ofrecida por la UEFA sobre 169 partidos. Es decir, el Barça no tiene ninguna posibilidad. Pero en el fútbol las verdades absolutas van en función del resultado. Hasta ese día, el culé puede aferrarse a esta frase de Neymar que colocó en instagram después de París:
“Enquanto houver 1% de chance, tenemos 99% fé” (Mientras que haya un 1% de posibilidades, se tiene un 99 % de fé).