El descenso anunciado del Espanyol a Segunda División ha generado una división interna dentro del barcelonismo. Por una parte, un sector de los aficionados culés ha celebrado sin disimular la caída a los infiernos del eterno rival. La otra división, en cambio, ha lamentado la pérdida del contrincante ciudadano. Ambas opciones, aunque no lo parezca, son legitimas.

En las últimas semanas, y viendo que la trayectoria del conjunto blanquiazul era irreconducible, varias voces acreditadas del barcelonismo han pontificado sobre como había que afrontar la caída del Espanyol. Y el veredicto ha sido unánime: se trata de una tragedia, los catalanes tenemos que estar unidos, el Barça no puede celebrar desgracias ajenas en una temporada nefasta. Etcétera, etcétera, etcétera.

Entiéndanme, no seré yo quien celebre el descenso del conjunto blanquiazul. Personalmente, conozco a aficionados pericos que hoy pasarán una mala noche. Una noche de mierda. Profesionalmente, y después de vivir la caída del Girona en primera persona en Montilivi, sé qué comporta que un equipo pase de jugar a Primera a hacerlo en Segunda. Menos seguimiento, menos presupuesto, menos responsabilidades. Habrá gente, también periodistas, que perderán el trabajo. La auténtica tragedia es esta.

Suárez celebra el gol del Barça / EFE

Dicho esto, tampoco seré yo a quien niegue el derecho de los culés a celebrar el descenso del Espanyol. En un mundo Mr. Wonderful programado para invisibilizar todos los inputs negativos, las rivalidades futbolísticas son una de las pocas alegrías que nos quedan. Y tiene todo el sentido del mundo.

Recuerden, por ejemplo, el Tamudazo del año 2007. Aquel partido, el penúltimo de la temporada, enfrentaba a un Barça que se jugaba la Liga contra un Espanyol salvado. Y, así y todo, los pericos recuerdan la diana de Raúl Tamudo como uno de los mejores momentos de este siglo. Culparlos no tendría sentido. Es la gracia de la rivalidad.

Ahora, trece años después, algunos culés se curan las heridas de aquel gol firmando la sentencia de muerte del Espanyol. Podría haber sido hace tres días o la próxima semana, pero el destino ha querido que los hechos sucedieran en el Camp Nou. Y tampoco debería pasar nada.

El Espanyol y los pericos no tardarán en volver y, cuándo lo hagan, tendrán un nuevo motivo para vivir el derbi con la excitación propia de un derbi. Que la corrección no nos robe el entusiasmo.