Barcelona relevaba a Seul como ciudad organizadora de los Juegos Olímpicos. La edición número XXV de los Juegos levantó el telón en un Estadio Olímpico Lluís Companys lleno hasta la bandera, con más de 65.000 personas. La organización había renovado el estadio para que pudiera acoger con plenas garantías un acontecimiento de esta magnitud. Los ojos de medio mundo estaban clavados en Barcelona y la ciudad no defraudó.
A las 20:00 horas del 25 de julio de 1992, el monitor del estadio se apagó para dar el pistoletazo de salida a la ceremonia de inauguración. Los figurantes formaron la palabra '¡Hola!' justo en medio de la pista y el público colaboró gritando una expresión que ya forma parte del recuerdo. La bienvenida se transformó, posteriormente, en los logotipos de la ciudad de Barcelona y en el de los Juegos Olímpicos.
La ciudad aprovechó el escaparate que suponían unos Juegos para mostrar lo mejor de la cultura catalana como la sardana o los castellers. Además, la ceremonia también sirvió para recordar la moda, la pintura y la arquitectura, con piezas inspiradas en las obras de Antoni Gaudí, Salvador Dalí o Joan Miró. Uno de los grandes momentos de la noche llegó cuando la Fura dels Baus emergió un barco gigante a través de olas plateadas que separaban los continentes de Europa y África. Un barco que avanzaba por el estadio y se detenía con la fundación de la ciudad de Barcelona. Innovación, originalidad y riesgo para cautivar al público.
El primer país de las 172 delegaciones, como marca la tradición, fue Grecia. Después, por orden alfabético, el equipo unificado (conjunto de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética) fue recibido con una gran ovación. Uno de los puntos álgidos se vivió con la entrada de España. El entonces Príncipe Felipe hizo de abanderado de un desfile que emocionó a buena parte del estadio.
Después de la entrada de los 9.364 atletas, con el 'Dream Team' de los Estados Unidos como gran acaparador de los flashes, Pasqual Maragall, alcalde de la ciudad, pronunciaba un discurso con llamamientos a la paz en la antigua Yugoslavia y con un recuerdo para la Olimpiada Popular que la Guerra Civil impidió celebrar el año 1936 en Barcelona.
El punto culminante, como en toda ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos, fue el encendido del pebetero. Era el secreto mejor guardado y, por unos momentos, se temió lo peor. Juan Antonio San Epifano 'Epi' fue el último relevista de una antorcha olímpica que hizo más de 6.000 kilómetros. El jugador de baloncesto encendió la flecha del atleta paralímpico Juan Antonio Rebollo para que este, con su arco, encendiera al pebetero, situado en la parte más alta del estadio. Se hizo el silencio durante unos segundos pero a Rebollo no le tembló el brazo.
Con el pebetero en llamas empezaban unos Juegos Olímpicos que tuvieron, según la crítica, uno de los mejores y más innovadores pistoletazos de salida.