Humillación, rebajamiento, ignominia, deshonra. Si antes las palabras se acababan por definir las exhibiciones del Barça, ahora se agotan para intentar poner nombre a los escarnios que recibe en Europa. Las palizas de Roma y Liverpool sólo eran la antesala de lo que ha pasado esta noche en Da Luz; un partido que se recordará durante décadas y que sólo tendrá una lectura positiva si sirve para que todo explote.

El gancho de realidad llega desde Baviera pero lo podría haber propinado cualquier equipo con cara y ojos, y es que el problema no es el rival, el problema es el Barça. A estas alturas, y después de haber encajado una goleada histórica en prime time continental, ni los más escépticos pueden discutirlo: el fin de ciclo de toda una generación ya es una realidad. Y hay que buscar culpables.

La directiva

Es imposible entender la decrepitud de este Barça sin poner el foco en el palco, donde hay los primeros y principales responsables de la penosa situación del equipo. Que una generación caduque es absolutamente normal, la cuestión radica en saber darle un relevo de garantías. Este, de hecho, tendría que ser el objetivo primordial de unos dirigentes normales. Pero normal, ya lo saben, no es un adjetivo que sirva para describir la directiva de Josep Maria Bartomeu.

Desde su llegada, el máximo responsable blaugrana se ha dedicado a administrar el club como una empresa decadente, rodeándose de gestores pésimos y expulsando, directa o indirectamente, las voces discordantes que preveían la catástrofe. Pero el tiempo siempre pone las cosas en su lugar.

Bartomeu ha desperdiciado los mejores años de una generación gloriosa y, después de maltratarla, se ha aferrado a ella cuando esta ya no respondía. Y los futbolistas, claro está, han contraatacado negándole cualquier tipo de respeto. Aferrarse al barco después de hundirlo no lo ha dignificado. Al contrario. Ha servido para demostrar que, aparte de negligente, también es egoísta.

Bartomeu / Europa Press

Los jugadores

La realidad, sin embargo, es que quien defiende el escudo del club sobre el césped son los futbolistas. Casi todos ellos -como siempre sólo se salva el '10' - han ofrecido una actuación indigna.

El once del Barça contra el Bayern, con una media de 29 años de edad, ha sido el más veterano de toda la historia de la Champions League. Y eso es culpa de la directiva pero también de los propios futbolistas. Estos, después de tocar el cielo en el año 2015 en Berlín, malinterpretaron la realidad de un club como el Barça: se habían ganado el derecho a mandar y estaban dispuesto a ejercerlo hasta las últimas consecuencias.

Hombres como Jordi Alba, Ivan Rakitic o Luis Suárez se han acomodado de una manera absolutamente lastimosa y, gracias a su poder, han impedido que las nuevas generaciones se hayan hecho un lugar en el once. El caso paradigmático es el del punta uruguayo. Anticompetitivo desde hace temporadas, el '9' ha hecho valer su amistad con Leo Messi para convertirse en inamovible y ha movido ficha cuando ha tocado reclamar la vuelta de Neymar, minutos inmerecidos o libertad para no defender. Su respuesta: goles poco trascendentes en Liga e inoperancia en los grandes escenarios europeos.

Suárez ha marcado un gol, pero... / EFE

Setién

Sobre Quique Setién no hay que decir nada. Antes del partido, el técnico paseaba por Da Luz haciéndose selfies con su segundo, Eder Sarabia, y el entrenador de porteros, Jon Pascua. No hay que culparlos: son tres personas que nunca tendrían que haber aterrizado en el Camp Nou. Gracias a una negligencia acabaron allí. Y ahora, gracias al orden lógico de las cosas, se ha puesto de manifiesto que todo ha sido un espejismo.

El 2-8 no es la peor derrota de Setién. Lo peor es que abandonará el club traicionando todos sus ideales. Todo aquello que le había servido para llegar al conjunto culé, aunque fuera de rebote. Dirigir un transatlántico como el Barça puede ser un regalo pero también una rémora, y es que, en poco más de seis meses, el técnico cántabro ha destruido todo aquello que ha construido durante su vida futbolística.

Setién, destrozado / EFE