El Barça-Bayern no ha empezado a las 9 de la noche, como estaba previsto por la UEFA. Sino que lo ha hecho más de dos horas antes, concretamente a las 18:45h y a unos 1.000 kilómetros de distancia del Camp Nou, en el estadio Giuseppe Meazza de Milán. Los culés con más fe esperaban que el Viktoria Pilsen, un equipo que había encajado 16 goles, había marcado tres y todavía no había inaugurado el apartado de los puntos, fuera capaz de no caer derrotado contra un Inter que lo tenía todo en su mano para avanzar a los octavos de final.
El Camp Nou ha dejado de ser implacable con los suyos
Y, como en la gran mayoría de los casos, en el fútbol y en la vida, la lógica se ha acabado imponiendo y, aquellos optimistas (seguramente eran muy pocos), antes de las 19:30h, cuando el Camp Nou todavía no había abierto sus puertas, ya sabían que el Barça no tendría nada en juego contra un Bayern que tenía que asegurar la primera posición del grupo. Mientras el estadio barcelonista se iba llenando, los goles de Dzeko y Lukaku certificaban la goleada interista. Con todo eso, quedaba la duda de saber cómo la afición recibiría a una plantilla confeccionada para luchar entre los mejores equipos de Europa y que ya sabe que su futuro a corto plazo no pasa precisamente por eso.
A un servidor, de 25 años y acostumbrado a ver ganar al Barça, siempre le habían explicado que el Camp Nou de épocas anteriores era implacable con los suyos. Cuando el escudo del Barça no era habitual en los primeros puestos de la liga y caía eventualmente a la antigua Copa de la UEFA, eran habituales los pañuelos y las broncas en todas direcciones: hacia el césped, hacia al banquillo y hacia el palco.
El culé, anestesiado y resignado a la evidencia
Pero contra el Bayern, el mismo que hace poco más de dos años te ganaba 2-8 y a quien no has conseguido ni siquiera marcar un gol en los dos partidos de la temporada pasada ni en los de esta, los gestos de desaprobación más evidentes han sido ver aquellos que se han marchado hacia casa antes de tiempo, sobre todo con el gol de Gnabry que suponía el 0-3 en el minuto 56 y que finalmente ha quedado anulado por fuera de juego.
Mientras la Grada de Animación, haciendo honor a su nombre y a la tarea que los ha llevado cerca del césped del Camp Nou, no dejaba de animar, el resto del barcelonismo, el que ha aguantado sentado en su localidad, simplemente se ha resignado a presenciar la evidencia. Ni pañuelos, pocos gritos y una sensación que el seguidor blaugrana vive anestesiado y no le queda ni la mala leche que sí que tenían sus padres y madres. Ni con el 0-3 de Pavard en la última jugada que ha certificado otra goleada en contra en la mejor competición de clubes del mundo.