Cuando usted pase por el Camp Nou no deje de hacer un gesto de reverencia. Ese campo ha pasado a la categoría de mito del fútbol. Es más que una catedral. Es más que un templo. Es el monumento del fútbol por excelencia. Y siéntase orgulloso, como lo fue su Barça en la noche del 8 de marzo, una noche inolvidable, única, memorable, exquisita, tremenda, llena de pasión, para recordar toda la vida. Fue la noche de la esperanza hasta el último minuto, de la fe, del creer en una remontada histórica, única en la competición europea más importante.
Sólo este Barça podía conseguir algo que sólo estaba preparado para los dioses de este deporte, algo que no había sido capaz ningún otro, ni el Real Madrid de Di Stéfano, ni el Milan de Sacchi, ni el Ajax de Cruyff. Nadie. Pero este Barça sí que ha sido capaz. Por carácter, por agresividad, por convicción, por jerarquía.
Neymar, el que más creyó
Cuando pase por el Camp Nou esta noche, mañana, pasado, y todos los días siga gritando gol, continué viendo el centro de Neymar, líder de la reacción, el futbolista que jugó dos partidos en uno y el que más fe tuvo en la victoria, y el remate fabuloso de un Sergi Roberto que ha pasado a ser un héroe, como Iniesta en Stamford Bridge, como Koeman en Wembley.
El Camp Nou pasó de la alegría al desencanto. Y del silencio, desde que Cavani aguó la fiesta con un gol que obligaba al Barcelona a marcar tres más en media hora (3-1), al delirio, a vivir una hazaña, a la proeza más grande que ha experimentado la Champions, a sentir que su corazón aumentaba las pulsaciones a un ritmo frenético, a que se le saltaran las lágrimas de alegría, a reír a carcajada de oreja a oreja, a no querer marcharse del campo. Usted, ni nadie había visto lo que el Barça consiguió en esta noche del 8 de marzo.
Un grito del alma
Siga gritando “Barça, Barça” y aquello de que “oh, le, le, oh, la, la, ser del Barça és el millor que hi ha”. Siga recordando el abrazo de Luis Enrique con Messi, el golazo de Neymar para el 4-1. Recuerde que en el minuto 62 el Barça estaba eliminado, fuera de los cuartos de final de la Champions por primera vez en las últimas diez temporadas, y que entre el minuto 88, a dos de la expulsión de Europa, y el 95 marcó dos goles salvadores, dos goles para que el Camp Nou estallara en un solo grito que salía del alma, para que los jugadores, cuerpo técnico y aficionados permanecieran abrazados en el terreno de juego como con ganas de quedarse toda la noche en ese campo sagrado.
Cuando pase por el Camp Nou grite “campeones, campeones” porque el triunfo de anoche, al que muchos críticos dirán que contó con la ayuda arbitral, no tiene nada que envidiar a los que consigue el Madrid en el último minuto o a los que consiguió el mismo “dream team” en la última jornada de la liga española.
La madre que los parió.