De la misma manera que añadir cebolla a la tortilla de patatas no convierte la tortilla de patatas en tortilla de cebolla, colocar pelotas de fútbol del Decathlon en medio de un escenario no transforma una obra de circo en un homenaje a Leo Messi.

Este jueves El Cirque du Soleil estrenó su espectáculo Messi10 y lo cierto es que, si no fuera porque el jugador argentino se dejó ver entre el público, la función de la compañía canadiense podría haber servido para alabar a cualquier futbolista del planeta que luzca el dorsal número 10 en su equipo. Los auténticos triunfadores de la noche fueron los responsables de marketing del delantero blaugrana, que sehabarán llevado una buena millonada a cambio de presenciar cómo el fútbol es banalizado entre trampolines, payasos y redes de seguridad. Pero vamos por partes.

Nadie niega que las capacidades de los acróbatas y malabaristas del Cirque du Soleil son extraordinarias. Ver a una persona pedaleando con los brazos sobre una bicicleta que a la vez está situada en una cuerda de pocos centímetros de ancho es ciertamente impresionante. Ahora bien, repasemos los elementos de este número: bicicleta, brazos y cuerda. En un espectáculo dedicado a Lance Armstrong la puesta en escena podría servir.

Los niños ilusionados que accedieron al recinto del Fórum esperando ver una oda a Messi se debieron llevar el primer tortazo de su vida. En algún momento tenía que llegar, chicos. Ni imágenes inéditas ni sorpresas escondidas: los vídeos seleccionados para recordar que la función era un homenaje al argentino ya los hemos visto repetidos infinidad de veces en YouTube.

El número que resume a la perfección por qué Messi10 es un despropósito es el que tiene lugar justo antes del más que necesario descanso. Necesario para los espectadores, claro está. Antes de que empiece la exhibición, los encargados pertinentes colocan una portería de fútbol en un lado del escenario y sitúan una pelota de fútbol en perpendicular en el travesaño. ¿Quién será el encargado de chutarla? ¿Para qué servirá, la red de la portería? ¿Qué final apoteósico nos regalarán, los saltadores? Pues ni uno, amigos, porque el esférico no se mueve del punto inicial en ningún momento.

El resto de funciones del espectáculo no se puede decir que sean un homenaje a los sentidos, precisamente. Utilizar un disfraz de león en el número de los equilibristas porque Messi se llama Leo es una analogía propia de un adolescente de 14 años, no de la mejor compañía de circo del mundo.

Después, y como si el recinto fuera el Camp Nou, se despliegan dos camisetas gigantes de Messi por encima del público. ¡Viva! Por primera vez vemos que la equipación del Barça entra en escena. Las buenas noticias, sin embargo, duran muy poco: el brazalete de capitán que han dibujado para recrear el uniforme completo es una senyera con sólo tres rayas rojas. Suerte que Guifré el Pilós está muerto y no puede asistir al show.

Antes de acabar, nuevo número insufrible del payaso –profesión, no adjetivo– que ameniza la función. Su humor, una mezcla de Aquí no hay quien viva y el Club Super 3, desesperó a más de un asistente. Para despedirse, Messi sube al escenario y es vitoreado de manera unánime. Él, acostumbrado a los baños de masas del Camp Nou, lo acepta con fair play, pero sabe que la aclamación es injusta: quien se merece todos los elogios es su equipo de marketing.