Un inmenso y formidable Roger Federer, 35 años, se adjudicó la final más soñada por el tenis en el Open de Australia al vencer a un enorme Rafa Nadal, 30, en un partido que fue algo más que un partido y mucho más que una final. Fue una lucha titánica entre dos gladiadores que se entregaron en alma, corazón y vida en busca de un título del Grand Slam que quizás puede ser el último de su carrera. Ganó Federer porque en los momentos más dramáticos, en los instantes en los que estuvo asomándose al abismo extrajo lo mejor de su tenis. Levantó los brazos, saltó y se emocionó como emocionado estaba el público del Melbourne Park. No era para menos. Fue su título número 18 de Grand Slam. Dijo que si tenía que morir en ese partido iba a morirse. Y Federer lo entregó todo porque sólo así podía doblegar a Nadal.
Federer estuvo majestuoso en el último set para conseguir dar la vuelta a un 3-1 que tuvo Nadal. Ganó cinco juegos seguidos, gracias a sus 20 aces, su arma salvadora cuando estuvo contra las cuerdas. En definitiva, fue una final que trascendía el deporte porque los dos han sido deportistas ejemplares, porque se han respetado mutuamente, porque jugaban su partido trigésimo quinto y porque llevan 13 años enfrentándose ofreciendo siempre grandes duelos, y seguramente no los volveremos a ver enfrentarse en otra gran final.
Estilos diferentes
Una final que presentaba a dos estilos totalmente diferentes. El talento de Federer, con un revés exquisito y una derecha sublime, contra la lucha, la entrega, el coraje y el músculo de un Nadal incansable. Ataque desde dentro de la pista y ataque desde fuera de la misma. Precisión contra determinación. El tiro directo frente a una ráfaga de disparos.
Los dos lo sabían todo y también de cuánta importancia tenía esta final para ellos. El primero Federer que, a sus 35 años, dijo a la prensa que sí tenía que dejarse la vida en este partido la iba a dejar aunque luego estuviera cinco meses sin jugar. Nadal, que no llegaba a un gran final desde el 2014, también pensaba lo mismo. Sin Andy Murray y Novak Djokovic, eliminados muy pronto del torneo de Melbourne, los dos sabían que esta era su gran oportunidad para ampliar las páginas de gloria de sus carreras.
Nadal, que ha saboreado el triunfo 23 veces sobre Federer en 34 enfrentamientos, sabía también que le convenía un partido largo pese a haber estado en la pista 5 horas y 19 minutos más que su rival en los seis partidos disputados en Melbourne.
Sabía que tenía que mover más a Federer y presionar sobre su revés alto. Conocía el partido el español, pero para ganarlo tenía que estar fino y que su rival no fuera tan preciso ni estuviera tan efectivo como estuvo. Federer, en cambio, iba a buscar un partido rápido, tenía que sacar mejor y darle a la bola más velocidad.
Y el partido pese a no ser todo lo brillante que se esperaba de él gozó de emoción y exigió de los dos veteranos el máximo rendimiento. En el esfuerzo por mantener la calidad y el nivel de juego, los dos cometieron muchos errores.
En general todos los sets fueron muy desiguales a excepción del primero en el que Federer inclinó el set al romper el servicio de Nadal en el séptimo juego. Una sola oportunidad y contar con un servicio que le permitió sólo perder 3 puntos de 23 jugados, bastaron al suizo para ganar por 6-4 en poco más de media hora.
Pero ni Federer fue el mismo del primer set, ni Nadal tampoco. Mejoró el español y perdió precisión el suizo, que cedió el servicio en dos ocasiones. En su reacción para igualar el partido Nadal halló las soluciones en una mejora de sus primeros servicios y en cargar la mayoría de golpes en el revés de su adversario. Y Nadal se puso 4-0, algo insospechado por lo visto en la primera manga para acabar ganando 6-3.
El tercer set fue una copia del segundo, pero al revés. Mandó Federer, que también gozó de un 4-0 y acabó ganando 6-1.
El cuarto set resultó de lo mejor del encuentro, con un punto excepcional en el quinto juego, donde Nadal remató con un golpe excepcional con su drive en respuesta a un revés esquinado de Federer, que parecía punto ganador y que fue aplaudido hasta por el propio balear. En este set, el suizo encontró en los aces su salvación en el primer juego en el que Nadal gozó de 3 ocasiones de “break”.
Siempre a remolque
Nadal igualó por segunda vez la final. Tenía el partido en el límite, en un quinto set decisivo después de romper el servicio de Federer en el cuarto juego.
El partido llegó ahí, donde querían los aficionados. Con los dos treintañeros exigiéndose a fondo. En finales a cinco sets, la estadística estaba 3-2 a favor de Nadal. En tiempo el partido había sido rápido, pero los dos reclamaron ir al vestuario para ser atendidos tras el final del cuarto set. Tocaba reponer fuerzas.
El mayor desafío que ha podido brindar la temporada tenística en el comienzo de año estaba en el punto deseado. Ahora tocaba tener la cabeza más fría, necesitaba Nadal ser más constante y, por supuesto, conseguir que Federer fallara más que él o por lo menos lo mismo que en el set anterior. Estaba obligado a asfixiar a su rival.
Y Nadal comenzó mandando en el final. Contuvo y definió hasta el cuarto juego, Quebró el primer saque de Federer y levantó un 15-40 en el segundo para ponerse por delante 2-0. Y llegó un 3-1 y un 3-2 con saque. Pero fue entonces cuando apareció el mejor tenista de todos los tiempos para acertar en todos sus golpes y dejar a Nadal con la miel en los labios de adjudicarse su decimoquinto Grand Slam. Nada que reprochar a Nadal porque se encontró a un Federer poderoso, descomunal y sencillamente maravilloso.
El campeón, aparte de llevarse la gloria, se embolsó un cheque de 3,4 millones de euros; el finalista, 1,7 millones de euros.