Han tenido que pasar once meses para que la verdad sea revelada: Antoine Griezmann es un buen futbolista. Aunque una buena parte de los culés ya había sentenciado al delantero francés, lo cierto es que este domingo, treinta y cuatro jornadas después del inicio de la Liga, el ex del Atlético de Madrid ha demostrado por primera vez porque fue uno de los fichajes más caros de la historia del Barça.
La guerra de reproches entre los detractores y los defensores del '17' no la ganará a nadie. La realidad es que, hasta ahora, el rendimiento del punta había sido más bien pobre. Pero lo que también es verdad es que siempre ha tenido todos los condicionantes en contra. Contra el Villarreal –y cuando sólo queda un mes de competición oficial– uno de estos handicaps por fin se ha desvanecido: Griezmann ha jugado en su posición natural.
Y es que, hasta este domingo, Griezmann sólo había ejercido de extremo o, en casos excepcionales, de delantero centro. Dos demarcaciones que en ningún caso se adaptan a su estilo combinatorio. Delante del submarino amarillo, en cambio, el francés ha sido la segunda punta de lanza de un rombo donde Leo Messi ha ocupado la mediapunta y Luis Suárez la otra plaza atacante. Y el resultado, claro está, ha sido esperanzador.
Messi ha torturado al Villarreal recibiendo entre la línea defensiva y la del centro del campo, una zona donde el argentino, con espacio, es letal. Suárez, por su parte, no se ha visto obligado a ejercer de boya y tocar de espaldas –algo que a menudo resulta dramático– y Griezmann por fin ha podido hacer valer una de sus mejores habilidades, la capacidad asociativa.
En el Estadio de la Cerámica, el Barça ha firmado uno de los mejores partidos de la temporada. La mejora no le servirá para ganar la Liga –sobre todo teniendo en cuenta todo lo que está pasando cuando juega el Madrid– pero podría ser útil en clave Champions. Al fin y al cabo, si se quiere ser optimista, el Barça sólo está a tres partidos de la final. Un poco de luz en una temporada depresiva.