El Liverpool abraza la sexta Champions League de su historia entonando el "You'll never walk alone". Un penalti transformado por Mohamed Salah al inicio del partido y otro gol de Divock Origi al final del partido ha sido suficiente para decidir una final futbolísticamente de nivel bajo y que el Tottenham Hotspur no ha podido arreglar en noventa minutos (0-2).

El Liverpool tiene un regalo

Sólo habían pasado 23 segundos cuando, todavía con muchos aficionados despistados, el partido ya se ha decidido con una jugada que ha cambiado el guion de la final. Unas manos de Sissoko dentro del área, con el brazo totalmente estirado, han provocado que un centro de Mané acabara rebotando en la extremidad del futbolista del Tottenham. Y el árbitro ha pitado penalti. A pesar de las quejas, ha sido claro, y el Liverpool no lo ha desperdiciado. Salah no ha fallado desde los once metros y ha marcado en el minuto 2 con un auténtico cañonazo imparable para Lloris.

Se puede decir que la final ha empezado con una ventaja para el Liverpool. Ha sido el penalti más rápido de la historia de la Champions. Y el partido después ha tenido un escenario diferente al esperado: el Tottenham obligado a remar a contracorriente y el Liverpool esperando para sentenciar. Kane y Son contra el tridente Salah, Firmino y Mané.

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El gol ha dejado los ánimos tocados. Los spurs han quedado en shock y sin saber como reaccionar. Mauricio Pochettino, entrenador del Tottenham, ha intentado animar a los suyos, pero los londinenses han tardado en poder reponerse del regalo que han hecho. Los reds, pensando en el mejor de los escenarios, ni se lo podían imaginar. Y en los minutos posteriores los de Jürgen Klopp han tenido el peligro.

El Tottenham es transparente

El Tottenham, obligado a reponerse, poco a poco ha reaccionado. En el minuto 18 una espontánea ha saltado al campo, el juego se ha detenido, y los spurs han sabido cambiar la mentalidad. Una final es una final y no hay favoritos. El Tottenham ha sabido sufrir para llegar al Wanda y lo ha vuelto a hacer.

La pasión, el orgullo y el trabajo se han trasladado sobre el campo. A pesar de la buena predisposición del Tottenham, el Liverpool en todo momento ha parecido tenerlo todo controlado. Eriksen y Son han sido las almas de los spurs, que han echado de menos al reaparecido Harry Kane, que no ha encontrado espacios entre la ordenada defensa del Liverpool.

Y el partido poco a poco ha ido consolidándose al estilo que todo el mundo esperaba. Media parte, descanso e inicio de la segunda parte. El Tottenham ha cogido la pelota y ha intentado generar para acercarse al área rival. Y el Liverpool ha utilizado la velocidad y la rapidez de sus tres puntas para cerrar la final.

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Pero nada de nada. La final entre ingleses ha sido táctica, poco vistosa y con un duelo físico presente en los noventa minutos. Han tenido que llegar los cambios para mover un esquema de partido que no ha convencido a los más escépticos del modelo inglés. El Tottenham, transparente, ha sido previsible y no ha tenido recursos.

Entran Dier, Moura y Llorente para el Tottenham, y Milner, Origi y Gomez para el Liverpool. Cambian los héroes sobre el campo, pero la tónica no ha variado. Los spurs se han asomado totalmente al ataque y ha aparecido Alisson, uno de los responsables de frenar al Barça en las semifinales, que también ha sido providencial en la portería de los reds esta vez. Pero la sentencia definitiva ha sido de Origi, el héroe de Anfield contra los culés, que ha resuelto la final en el minuto 87 con un gol a disparo cruzado.

Una de las finales futbolísticamente más descafeinadas de los últimos años, pero con victoria para un justo ganador. El Tottenham ha perdido su primera final, esperanzado hasta el final, y el Liverpool gana su sexta Champions. Y Klopp gana su primera final europea después de tres derrotas. Los reds ya superan en el palmarés las cinco del Barça y del Bayern de Munich.