Luis Enrique, el entrenador que volvió a encauzar al Barça en la senda del éxito (8 títulos de 10) después de un año de sequía con Tata Martino, ha anunciado su marcha del club blaugrana a final de temporada. Se va debilitado porque ese cargo es apetitoso pero quema, da prestigio pero acaba restando vida, y porque seguramente ha valorado el tiempo que transcurre sin atender todo lo que quiere a su familia.
Todos los guardiolistas, excepto Pep Guardiola –qué curioso- están de celebración. “El hombre con el que el Barça perdió sus señales de identidad, su ADN. El entrenador agrio que mal contestaba a los periodistas y el técnico que abandonó la cantera”. Este es un triste resumen de lo que se ha llegado a decir en el periodismo catalán de este señor que seguramente se marchará del club con un balance de títulos mejor que el de Pep, pero sin el reconocimiento que se ha ganado y merece.
Perder el estilo es un pecado capital en el Barça desde que cierto periodismo con camiseta blaugrana apostó por el amiguismo antes que por la importancia del éxito que, en definitiva, es lo que cuenta en el fútbol.
Tito Vilanova se fue a la tumba con títulos pero sin la bendición de los nostálgicos guardiolistas.
Tata Martino me confesó que el día que supo que en el Barça no triunfaría fue aquel en el que voló a Argentina para enterrar a su padre y volvió urgentemente a Madrid para dirigir al Barça contra el Rayo Vallecano: “Ganamos 1-4, pero muchas crónicas no destacaron el triunfo sino que habíamos perdido la posesión del balón y que los goles los habíamos marcado de balones largos lanzados por Víctor Valdés”.
Luis Enrique se irá también con muchos títulos, pero desgastado, igual que Pep, con la diferencia que de él no se destacará la labor que ha hecho para mantener al Barça en lo más alto explotando otras alternativas que el fútbol y la extraordinaria plantilla que le han ofrecido.
Sin otros jugadores deslumbrantes que hicieron del Barça de Pep el mejor equipo del mundo, Luis Enrique supo enderezar situaciones difíciles en un vestuario de figuras y en un equipo obligado a ganar siempre. Lo ha conseguido pero no ha convencido a todos. En este Barça durante muchos años más seguirá pesando la religión guardiolista.
El papel de la prensa
“Quiero que cuando gane también me hables con el mismo tono”, le espetó a un periodista de TV3 hace poco, en una demostración clara de su grado de deterioro con la prensa. Estaba quemado.
Entrenar al Barça puede que represente el trabajo más deseado por un entrenador, pero tiene una dura penitencia. Puede que el trabajo con los futbolistas sea el más divertido. Pero atender seis veces por semana a los periodistas resulta perverso y crudo para el ánimo, la moral y hasta para la convivencia familiar. Hay que ser de hierro y tener un sicólogo particular para entender al bendito entorno.
“Cuando tenía que acudir de mi despacho a la sala de prensa sufría una especie de tortura interna”, Martino dixit.
Luis Enrique no lo dirá, pero con el afecto que siente por los periodistas, seguro que también piensa lo mismo.
Anunciar su renuncia del cargo para el final de temporada, en un momento en el que el Barça, su Barça, sigue vivo en tres competiciones, es una decisión bien pensada y que si algo deja claro es que Luis Enrique ha pensado en el club. Se libera él, quita presión al equipo hasta final de temporada, y permite que la directiva busque un relevo con tiempo. Es lo mejor para todo el barcelonismo.
Otra cosa será el sustituto. Tendrá el mismo problema. Esa lucha contra los guardiolistas la tiene perdida cualquiera que venga. Venga, probemos con otro.