El Real Madrid gana la tercera Champions League consecutiva después de superar al Liverpool gracias a los errores del portero Loris Karius y al doblete de Gareth Bale (3-1). Los blancos vuelven a maquillar una temporada mediocre con su decimotercera Copa de Europa (y difuminan la Liga y la Copa del Barça).
Los nervios de una final
El Liverpool tenía muy claro qué papel tenía que interpretar. Sobre todo en los primeros minutos. Jürgen Klopp lo fiaba todo al intercambio de golpes. El Madrid, que repetía el mismo once de la final del año pasado, no ha sabido descifrar el planteamiento. Contra todo pronóstico, a los blancos les temblaban las piernas y la voz.
Los ingleses han podido castigar la espalda de una defensa que se resquebrajaba cuando tenía que correr hacia atrás. Lo mejor para el Madrid ha sido el resultado. El empate le daba alas. Y una parada de Keylor Navas, también. La final se teñía de color rojo hasta que una lesión ha provocado una depresión.
Mohamed Salah, estrella del Liverpool, ha pedido el cambio, con la cara llena de lágrimas, después de un choque con Sergio Ramos. El hombro del delantero egipcio se ha roto, como la ilusión de los millares de seguidores que inundaban las gradas del Olímpico de Kiev. Empezaba un partido nuevo. Sin la velocidad y los goles de Salah.
Klopp ha intentado reconstruir un equipo que ha acusado el golpe psicológico. El Madrid ha aprovechado el momento para esconder la pelota y calmar la final. El Liverpool corría, pero ya no pegaba. Dani Carvajal también se ha roto. Zidane tenía que mover ficha. El baile en los banquillos ha acabado con una tregua. La segunda parte decidiría al nuevo campeón.
Dos regalos
Todo el mundo recuerda el error de Sven Ulreich, portero del Bayern, en las semifinales contra el Madrid. Pero Loris Karius, portero del Liverpool, ha dejado aquello en una anécdota. Después de un larguero de Isco, Karius, sin presión, ha puesto en juego con la mano una pelota que ha chocado en el pie de Karim Benzema. 1-0. Tan incomprensible como ridículo. La Champions volaba de Inglaterra de la manera más dolorosa.
El primer gol amenazaba la final, pero el Liverpool se ha levantado a balón parado. Dejan Lovren ha saltado más que Ramos para asistir con la cabeza a Sadio Mané, que ha empatado el partido aprovechando un error de concentración de Marcelo. El 1-1 suponía una inyección de gasolina para un equipo de atletas. Todas las carreras volvía a tener un propósito y huían de la inercia.
Zidane, para parar la tormenta, ha movido el banquillo. Se marchaba Isco y entraba Gareth Bale en un cambio que desnivelaría la balanza. Bale, en la primera pelota que ha tocado, ha repetido el gol de Cristiano Ronaldo contra la Juventus en Turín. Chilena prominente; resultado injusto. La historia volvía a vestirse de blanco.
Las dudas de Karius han acabado de hundir al partido. El Liverpool ya no se ha levantado del suelo. Y su portero ha redondeado una noche para olvidar después de comerse un disparo lejano de Bale. El 3-1, a falta de siete minutos para el final, era una losa que ni los más optimistas se atrevían a levantar.
El Madrid, como hizo en Lisboa, Milan y Cardiff, se convierte en el mejor equipo de Europa. La excepcionalidad convertida en rutina.