El adiós entre Marc Márquez y Honda ha sido la crónica de un divorcio anunciado. Una de aquellas rupturas que, no solo duelen a los implicados por todo aquello que han vivido, sino que impactan a todo su entorno, por aquello de ‘parecían una pareja perfecta’, pero es que todo es efímero y nada dura para siempre. Y es que el tiempo, aunque muchas veces puede parecer nuestro aliado, al final acaba siendo nuestro enemigo.
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Siempre hemos sido fieles creyentes de los finales felices y el comieron perdices, pero, precisamente, la vida te enseña que los cuentos y las películas de Disney, son solo eso, simples fantasías que hacen mucho daño a nuestras expectativas, pero la vida real es bien distinta. La mayoría de finales, son eso, historias que se acaban, y creedme cuando digo que si una historia de idilio finaliza, no es para estar contento, porque aquí los finales no son felices, son reales.
Siempre hemos sido fieles creyentes de los finales felices y el comieron perdices, pero, precisamente, la vida te enseña que los cuentos y las películas de Disney, son solo eso, simples fantasías que hacen mucho daño a nuestras expectativas, pero la vida real es bien distinta.
Algo parecido ha pasado entre Marc Márquez y Honda, una relación de amor entre marca y piloto que parecía no acabar nunca. Lo han hecho todo juntos, ambos han vivido momentos que no se entienden el uno sin el otro: de las primeras veces a las 59 victorias, 101 podios, 64 pole positions y 6 mundiales en la categoría reina.
Pero como diría el escritor Ray Loriga, Cualquier verano es un final, y aunque el anuncio ha llegado algo más tarde, el parón veraniego sirvió a Marc para darse cuenta de que eso no era lo que quería, que necesitaba conocer a otras personas, abrirse a un nuevo mundo que Honda ya no le podía dar. Y es que cuando las promesas incumplidas empiezan a sobrevolar, es un claro indicio de una red flag (nunca mejor dicho) por eso, ante la falta de soluciones, el piloto de Cervera pudo pensar aquello de Tokio ya no nos quiere.
Honda y Márquez se querían, se quieren y se querrán, pero ya no lo hacían como debían, y es que más que querer mucho, hay que querer bien. Ambos lo sabían y estaban viviendo una relación tóxica, porque como decía, Honda no cumplía con sus promesas, y Marc no salía de ahí por el cariño, por todo lo que le han dado, pero hay crisis que son imposibles de resolver.
Y Márquez se ha dado cuenta, por eso, como él mismo aseguró, no decidió desde el corazón, sino desde la cabeza. Porque hay que aprender a desprenderse, a despedirse, antes de que acabe siendo demasiado tarde y todo se acabe complicando y llevando a un ambiente de crispación, odio y rencor. Además, que ahora es la Ducati la que está hecha 'con el material con el que se forjan los sueños'.
Porque la vida es eso, aprender a despedirse. Hay etapas que se cierran, otras que se abren… pero todo acaba en lo mismo, saber decir adiós, aunque cueste por esa maldita manía de creer que las historias son eternas. Pero el tiempo, siempre acaba ganando la partida. E.T. se despidió de Elliot, Rick se despidió de Ilsa y Andy de sus juguetes, ahora Marc le ha dicho adiós a su primer amor, con el recuerdo y la melancolía de todo lo que han vivido.
Pero el tiempo, siempre acaba ganando la partida. E.T. se despidió de Elliot, Rick se despidió de Ilsa y Andy de sus juguetes, ahora Marc le ha dicho adiós a su primer amor.
Marc se ha ido con el máximo respeto. Como un señor, antes de que sea demasiado tarde, pero con la esperanza de aquel que añora y echa de menos al principio, volver, pero lo que ahora se echa de menos, al final acaba siendo una vivencia más en tu historia personal, y se acaba guardando en el baúl de los recuerdos. Marc se ha ido con la frase de si el tiempo desune que no dé una, y si la da que después nos reúna en la cabeza, esperanzado de “volver a cruzar sus caminos”, pero no nos engañemos, lo más probable es que eso no pase. Por eso, como le dijo Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en Casablanca (sí, otra vez), a Honda y a Marc ‘siempre les quedará París’, y es que todo aquello que han compartido jamás se podrá borrar, lo recibido es lo único que permanecerá eternamente.