Querido Memphis,
Primero de todo, permíteme que te tutee. Hasta hace pocos días nos habías dejado claro que tenías ganas de adaptarte plenamente a tu nueva vida, perdiendo el miedo a escribir tuits en catalán o demostrando que el presidente Laporta te ha explicado perfectamente que ser culé no quiere decir simplemente amar de verdad al Barça, sino también respetar Catalunya. De acuerdo. He querido escribirte, sin embargo, porque anteayer vi que, además, realmente eres un hedonista de categoría: alguien que un domingo por la noche cena zamburiñas, spaghetti ai fagiolini y termina la velada con una copa de vino blanco mientras juega a cartas en una taberna de Collserola como si estuviera en el bar de la facultad de Letras de la UAB es alguien, sin duda, que merece tener el Pasaporte Hedonista.
Supongo que te preguntarás quién soy, pero créeme que no tiene demasiada importancia. Simplemente soy alguien que ha dedicado el agosto a poetizar cada día pequeños placeres de la vida en esta columna denominada "Hedonismo low cost" y que hoy, sinceramente, no sé si incluirla en deportes, gastronomía o cultura. Por una parte, tú te dedicas al fútbol y tu nombre, por lo tanto, se asocia al deporte. De la otra, cenar zamburiñas de mar a la plancha se tiene que asociar por narices a la gastronomía. La gracia, por suerte, es que el hedonismo es un hecho cultural, ya que no es nada más que la doctrina filosófica que ve en el placer una fuente de felicidad. Yo no te digo que tengas que hacer más caso a lo que escribió Epicuro hace más de veinte siglos que a las tácticas de Koeman, eh, no me mal interpretes, pero es evidente que en este mundo donde el 99% de los futbolistas de élite parecen robots programados en serie y sin personalidad, tú ya hace días que demuestras ser, como mínimo, un tipo especial que parece ir más allá. Tener mirada larga, que se dice. Valorar más el gozo de vivir que la circunstancia de trabajar, vaya.
Déjame hacerte una pregunta: ¿eran zamburiñas o eran vieiras a la plancha? ¿O incluso volandeiras? La foto no me lo dejó del todo claro. En cualquier caso, veo que las hiciste como a mí me gustan, con una picadura de ajo y perejil. ¿Supongo que tiraste un chorrito de aceite de oliva, no? Quizás todavía no te lo han dicho tus asesores, pero ya te lo digo yo: has ido a parar a uno de los países con mejor aceite del mundo. Cuando puedas, algún día que el míster te vuelva a dar fiesta, coge el coche y llégate a Vallbona de les Monges para comprar unos cuantos litros del aceite Finques Verd de L'Olivera. Disfrutarás que da gusto. Sino, también te recomiendo un aceite DOP Siurana de oliva virgen extra, el que hacen en casa Solé, en Mont-roig del Camp. De rebote, si vas, puedes conocer la casa-taller de Joan Miró, que te ayudará a entender mejor la tierra donde ahora vives. ¿Sabes aquel mural que debiste ver en el aeropuerto del Prat el día que llegaste? Es suyo. Los catalanes somos como él: a primera vista parecemos extraños y complicados, casi indescifrables, pero simplemente tienes que saber que eso pasa porque no somos mamíferos racionales como tú, sino más bien mamíferos metafóricos. En realidad, somos tan simples como un plato de botifarra amb mongetes, Memphis: a nosotros se nos atrapa emocionalmente como has hecho tú, hablándonos en catalán viniendo de fuera.
Antes de que me expliques como hiciste aquellos espaguetis con judía verde que no sé si pasarían el corte del jurado de Masterchef, déjame comentarte dos cosas: aquí la pasta nacional son los macarrones de l'àvia, pero somos un país más de arroces. Tú atrévete con un arròs a la cassola y dejarás de hacer inventos italianos que has visto en algún vídeo de Youtube de un chef de Bolonia. También ten claro que en Catalunya, cuando jugamos a cartas, acostumbramos a jugar a la brisca, la manilla o el siete y medio, pero el juego que tienes que aprender rápidamente si quieres ser un auténtico catalán es la butifarra. Está la butifarra de comida, que te recomiendo que pruebes algún día, si puede ser en algún restaurante de Castellfollit de la Roca, y la butifarra de jugar. Las dos son más catalanas que bailar una sardana en el monasterio de Montserrat, créeme. A Montserrat, mirándolo bien, también tendrías que ir pronto; he leído que eres un buen creyente y un gran devoto, y tienes que saber que los catalanes somos un pueblo tan curioso que desde siempre hemos rezado a una virgen negra y hemos sentido devoción por un gorila blanco. Lo que te decía, metáforas. ¡Ah! Y ya que veo que te gusta hacer una copita de vino después de cenar, tienes que saber que tenemos el territorio mundial con más viñas de garnacha blanca, que vinos blancos de la Terra Alta como el Puresa de la Cooperativa de Gandesa son más orgásmicos que marcarle un gol al Madrid y que, además, si te gustan los vinos de postres, tienes lo que quieras: en Sitges hacen una Malvasía Dolça maravillosa, y un poco más en el interior, en Sant Pau d'Ordal, te recomiendo el Brima 2019, un vino dulce natural de podredumbre noble elaborado por Eudald Massana. Ideal para acompañarlo con uno de aquellos puros que veo que te fumas, Memphis. A ver si la próxima vez te animas a colgar la foto a Instagram pero fumándote un caliqueño hecho en Lleida, venga.
Siempre puedes decir que fumas para encontrar el regate perfecto, como habría dicho Josep Plan si se hubiera dedicado a jugar a fútbol. Si hace rato que hablamos de comer, beber y la idiosincrasia de los catalanes, ya es hora que hablamos de Pla, un señor a quien tienes que conocer inmediatamente. Créeme, en Catalunya sólo hay una cosa más difícil que hacer olvidar a Messi: pretender hacer olvidar a Josep Pla. Si Messi nos hizo entender qué queríamos ser, Pla nos explicó quiénes realmente somos, por eso lo tienes que leer. Empieza por lo que quieras, quizás por Lo que hemos comido, ya que veo que te gusta la bebida y la buena vida, o bien por Els pagesos, si realmente quieres comprender cómo somos los culés de comarcas que cada quince días hacemos centenares de kilómetros en autocar para venir al Camp Nou. Pensándolo bien, tendrías que empezar por Cartas de lejos, donde habla de tu país y de ciudades como Róterdam, Amsterdam o la Haya. Sobre Holanda, fíjate, dice Pla que "todo es romántico, maravillado y trémulo". Sea como sea, tener un libro de Pla en la mesilla de noche para leer cada día antes de ir a dormir te gustará, ya que es un acto hedonista y a la vez telúrico, culturalmente universal y sin embargo profundamente local.
Anótate los deberes a hacer, pues, va: a finales de octubre, tendrás que celebrar la castañada comiendo panellets; al día siguiente de Navidad, recuerda hacerte una foto comiendo canelones de Sant Esteve; y a finales de invierno, convence a Piqué y compañía para hacer una calçotada. Si tienes tiempo, mírate todas las temporadas de Plats Bruts. O de Temps de silenci. Si, además, algún día haces un buen shooting de estos tuyos con alpargatas de set vetes que luzcan bien fuerte entre todos tus tatuajes, te bien prometo que muy pronto serás una leyenda. Pero sobre todo, no dejes de marcar goles como el del domingo en San Mamés, no dejes de disfrutar de la vida a cada momento y no dejes de decir "bon dia" cada mañana. Si Josep Pla dijo que "mi país es aquel donde digo bon dia y me dicen bon dia", el Barça que amamos es aquel en el cual sus jugadores saben que defienden el escudo de algo que és más que un club.
Un gran abrazo,
Atentamente,
P.