Acabó el partido y el Camp Nou seguía gritando, llorando, abrazándose, pellizcándose, cantando, en éxtasis, viviendo un delirio jamás vivido. Mientras, él, Neymar, se quedó unos minutos ante las escaleras que dan entrada al vestuario, tantos segundos como ejerció de líder de la reacción que condujo al Barça a la épica, memorable e histórica remontada del Barça ante el PSG para clasificarse a los cuartos de final de la Champions por décimo año consecutivo.
Utilizaba sus manos para evitar el deslumbre de los focos de la tribuna. Miraba fijamente. Quizás buscaba a su Dios, a ese Dios al que adora y reza a menudo, al que le pide protección, y en el que tanto cree. Quizás quería ver a su hijo, a su padre, a sus amigos, a los que les dijo que remontaría. No en vano, Neymar fue el único jugador del Barça que tan sólo unas horas después de ser goleado (4-0) en el Parque de los Príncipes escribió en su instagram que “Enquanto houver 1% de chance, tenemos 99% de fe” (“mientras haya un 1% de posibilidades, se tiene un 99% de fe”).
Y por lo visto en el partido de vuelta, el joven crack brasileño no perdió su fe en ningún momento.
Porfiar y acertar
Había confianza en su estado de forma porque en los últimos partidos había brindado actuaciones de lujo. Todo el mundo sabía que el ataque del Barça iba a ser dirigido por el lado izquierdo, porque Ney desequilibra como ningún otro jugador en el fútbol español. Y Neymar lo intentó una y otra vez, y muchas veces se equivocó en la elección de la jugada. Parecía que no iba a ser su noche. Se estrelló varias veces con la defensa parisina.
Pero en el minuto 50 fue en busca de un balón que le sirvió Iniesta, Meunier resbaló y el brasileño cayó. Acababa de provocar el penalti que significó el 3-0 y llenaba de más esperanza al Camp Nou. Neymar entraba en órbita.
Con el gol de Cavani, el equipo sufrió un colapso y el campo quedó en silencio y tembló con los ataques del PSG que Ter Stegen desbarató. Marcar tres goles más era algo que no entraba en el guión de un partido que acabó siendo una película de ciencia-ficción.
Ocho minutos iluminado
Pero la fe de Neymar fue creciendo con el final del partido. Cuanto menos tiempo quedaba más aumentaba la esperanza de Neymar de lograr lo imposible. Y en el 88, con la gente pensando que ya no quedaba tiempo, el número 11 del Barça pidió lanzar un tiro libre que colocó en la escuadra derecha del portero del PSG: 4-1.
Neymar siguió porfiando, y cuando en el 90 el árbitro sancionó otro penalti por caída de Suárez, el brasileño no dudó. Pidió el balón, lo colocó y engañó al portero para poner el 5-1. Sacó el balón de las redes y se fue al centro del campo agitando sus brazos pidiendo al público que creyera en la remontada, que mantuviera la fe, que se estaba a un gol de la proeza, y aunque quedara un minuto había que intentarlo. Y el público también empezó a creer, y el socio de tribuna baja volvió a sacar su pancarta de “#Remuntarem!”.
Y él, Neymar, el hombre que siempre reza “que Dios nos bendiga y nos proteja”, vivió unos últimos minutos bendecido y protegido. Vivió iluminado. Apareció en todos los lados. Y ya cuando el tiempo añadido expiraba, Neymar tiró una falta, recogió el rechace, amagó con la derecha y con la izquierda golpeó el balón hacia el punto de penalti donde apareció Sergi Roberto para que el Camp Nou enloqueciera de alegría.
Lo había puesto todo sobre el terreno de juego. Alma, corazón y vida. Emergió como el líder de la reacción que ha devuelto al Barça el título de referencia del fútbol mundial. Para volver a enamorar a los aficionados del mundo.
Todavía está viva esa imagen de Neymar buscando en la tribuna a quién sabe quién. Pero seguro que ese alguien es del Barça y está tan feliz, como Neymar, como el barcelonismo, como el mundo del fútbol.