13 de septiembre del 2008. Un chico alto, espigado e hijo de portero, se presenta en sociedad con el Barça. El empujón de Pep Guardiola sitúa el foco sobre una camiseta con el número 28 en la espalda. El mediocampista, conocido por el apellido Busquets, debuta en Primera División contra el Racing de Santander. Ahora, diez años después, todo el mundo lo conoce por el nombre: Sergio. El hijo ha superado al padre.
La llegada de Guardiola al primer equipo reparó el ascensor del filial. Busquets no era protagonista en el Miniestadi, pero estaba plenamente capacitado para serlo en el Camp Nou. La apuesta derivó en el mejor mediocampista posicional del mundo. No es rápido, ni físico. Pero nadie entiende el fútbol del Barça como él. Su primer año superó cualquier expectativa: 41 partidos (31 como a titular). Su explosión, al lado de Xavi Hernández y Andrés Iniesta, eclipsó a Touré Yaya. Busquets había llegado para quedarse. También en la selección española.
Su descubrimiento ahorró un quebradero de cabeza al club, que sin saberlo había ganado a un futbolista extremadamente eficiente en el pase que disfrutaba trabajando en la sombra del mejor equipo de la historia. Sin hacer ruido, Busquets se convirtió en una pieza fundamental mientras iba acumulando títulos. No se perdía ningún partido. Sorteaba las lesiones. Era un seguro de vida. "La primera vez que Guardiola lo subió a entrenar con nosotros ya vi que estábamos ante un jugador especial", dijo Xavi, su socio en medio del campo.
El paso de las temporadas no cambió el rol del jugador, indiscutible por todos los entrenadores. Los elogios de los actores del 'mundo fútbol' eran inversamente proporcionales a sus nombramientos para los premios individuales. Las galas no lo tenían en cuenta, pero eso no le preocupaba. Con 21 años ya lo había ganado todo y era campeón del mundo. "Si fuera jugador me gustaría parecerme a Busquets". Las palabras del seleccionador Vicente del Bosque, siempre mesurado en su discurso, no eran casualidad.
Del número 28 pasó al 16. Y cuando Carles Puyol dijo basta, Busquets heredó el 5. Con su fútbol y un perfil discreto fuera del campo se ha ganado el respeto del vestuario. Los compañeros lo veneran. Los rivales lo admiran.
Busquets parece un futbolista atemporal, alejado de las estridencias de un deporte extremado. No tiene Twitter. Ni Instagram. Ni Facebook. Él habla en el campo, con la pelota. Su figura, sin buscarlo, se ha convertido en un ejemplo para los gestores de La Masia. El Barça sabe que pasarán muchos años hasta que encuentre a otro Busquets. Y es por eso que quiere celebrar su décimo cumpleaños en el primer equipo con una renovación a la altura de su legado.