Minuto 59, pelota bombeada en el área del Barça. Sergio Ramos, sin ninguna oportunidad de cazar el esférico, se deshace de su marcador, Clément Lenglet, con un empujón nada disimulado. El central francés, consciente de que se va al suelo, estira la camiseta del futbolista del Real Madrid, quien, como si acabara de recibir un tiro en el hombro, salta en dirección contraria, ignorando las leyes básicas de la física.

La acción despierta más simpatía que nerviosismo. Al menos dentro de los millares de hogares de Catalunya desde donde este sábado se ha seguido el partido. La piscina de Ramos —una más de su carrera— es ridícula. Pero contra el conjunto de Zinedine Zidane, cualquier caída dentro del área es susceptible de ser penalti.

Primer paso: los futbolistas del Real Madrid rodean a Juan Martínez Munuera talmente como si el colegiado acabara de insultar a sus respectivas madres. Segundo paso: este levanta la mano y pide calma. La jugada se está revisando en la sala VOR. Mientras tanto, la realización repite la acción. Es una piscina en toda regla, agravada por el hecho de que la primera infracción la comete Ramos. Quién tenga que defender lo contrario lo tendrá francamente difícil.

Pero el tiempo sigue corriendo, y José María Sánchez Martínez, desde la sala VOR, comunica a Martínez Munuera que revise la jugada. O tendríamos que decir la última parte de la jugada. El colegiado del partido no ve las imágenes del primer empujón de Ramos y señala penalti. El atraco se ha cumplido.

Cuesta hacer referencia a teorías conspiranoicas. A tramas de corrupción dentro de la federación. Si fuera así, tendría poco sentido que siguiéramos haciendo girar la rueda gigante que da cuerda a este circo. Pero también cuesta creer en las casualidades. Esta semana la prensa de Madrid remarcaba que, contra los blancos, al Barça sólo le habían señalado 2 penaltis en los últimos 28 años de Liga. Pues ya no es así. Y el Madrid ya es líder.