El último partido de la temporada para el Barça lo pilla en medio de un ciclón aterrador que afecta gravemente al expresidente del club, Sandro Rosell, encarcelado por sus negocios previos a su vinculación en la institución catalana como vicepresidente deportivo de la primera directiva de Joan Laporta. Al mismo tiempo se ha encendido nuevamente el fuego laportista, que pide la dimisión del actual presidente, Josep Maria Bartomeu, al verse favorecido por la audiencia en el caso de la acción de responsabilidad civil que la primera junta de Rosell (2010) presentó contra la saliente directiva de Laporta.
Dividida esa parte del barcelonismo, esta vez con mayor vehemencia por coincidir con la prisión de Rosell, lo cual ha sido celebrado en las redes sociales con el intenso aroma de la venganza, le toca a la otra parte de la afición apoyar al equipo en la final del Vicente Calderón, un último partido que brinda la opción de seguir sumando títulos a su historial.
No es el final de temporada que el barcelonismo hubiese deseado una vez se ha instalado en el triunfo. Lógicamente habría gustado más disputar la final del próximo sábado en Cardiff y haber celebrado el pasado domingo el título de Liga. Pero ha tocado el premio menor: la Copa del Rey, de la que el Barça es dueño absoluto con 28 títulos en 38 finales, a cinco del segundo, el Athletic (23) y a nueve del tercero, el Real Madrid (19). Y lo que rebaja la expectación todavía más es la entidad del rival, el Alavés, considerado como un equipo pequeño.
Seguramente a la afición blaugrana le habría gustado ver una final contra un Real Madrid, pero hay que recordar que esa disputa en esta competición sólo se ha dado en tres ocasiones desde 1903. Pero sí que tendrá el gustazo de ver ese partido a primeros de la próxima temporada por la Supercopa de España, siempre y cuando el Barça logre el triunfo en la Copa.
Toca a la afición y al equipo intentar poner un liviano paño de agua fría a la revuelta que vive el club en este último partido. La afición del Camp Nou ha mostrado más cordura y sabiduría que exdirectivos implicados todos ellos en una guerra revanchista por lado y lado.
La afición supera a exdirectivos
En algunos sectores del periodismo parece que duela que el Camp Nou haya despedido al equipo con aplausos, cantando el himno y agitando sus banderas tras la eliminación de la Champions con el Juventus, y tras la pérdida de la Liga. Como también parece que hiere la sensibilidad de castos oídos que se grite “Michel maricón” cuando en su época de jugador madridista fue un cántico unánime del Camp Nou.
Y quien piense que todo eso -la ovación al equipo en la derrota- es fingido y artificial no me va a convencer que los gritos de “independencia” también lo son. Para mí simplemente es la evolución de una afición que demuestra su afecto a unos colores, a un equipo, al que desde fuera y desde dentro algunos quieren verlo destrozado, y por eso se une espontánea y felizmente en el grito de “Barça, Barça”.
El regreso de Jan
Esa unidad de la afición del Camp Nou no aparece, en cambio, en las huestes que aspiran a tener el poder en el Barça. Esa es una guerra incruenta en la que no se avista paz alguna, sino todo lo contrario. Da la sensación que una nueva serie, que bien se podría llamar El desquite o El regreso de Jan sin miedo, acaba de comenzar.
Si se acepta que a Rosell lo llevó un afán de revancha y no el de aclarar las cuentas de la junta saliente, también hay que preguntarse qué persigue Laporta cuando, después del encarcelamiento de Rosell, anuncia que preguntará a Bartomeu por el contrato de Qatar. ¿Quizás dirá que simplemente pretende aclarar las cuentas de ese contrato? ¿O tal vez encontrar una pieza que también conduzca a la cárcel a Bartomeu?
La lucha por el poder
Con Rosell en la cárcel, habiendo decepcionado a muchos de sus votantes, al mismo tiempo que su prisión satisface a sus opositores, todos los aspirantes derrotados en las anteriores elecciones recargan sus pistolas y piden la dimisión de quien les derrotó (Bartomeu) y unos nuevos comicios.
La división del barcelonismo, cuando lo que tocaría es unidad por los momentos que vive el país, resulta todo un placer para el españolismo. Ni unidad en la política, ni unidad en el Barça. ¿Será verdad eso que dijo aquel presidente de antes se romperá la unidad de Catalunya que la de España?