Ernesto Valverde no es entrenador para el Barça. La sentencia llega en uno de los días más ridículos de la historia del club, pero ha sido válida y extensible durante toda la temporada. Con la Liga en el saco, todo el mundo que critica el estilo de juego que propone el técnico extremeño es tildado de talibán fundamentalista. Cuándo la realidad golpea con más fuerza que nunca, sin embargo, el panorama cambia completamente.
Ante un Liverpool debilitado, los futbolistas de Valverde han vuelto a protagonizar una noche negra que ningún culé olvidará nunca más. Han pasado más de 365 días del desastre de Roma y todos -afición y periodistas- nos hemos cansado de escuchar que se había aprendido la lección. Quizás algunos jugadores sí que la aprendieron, pero Valverde, evidentemente, no.
Lucir el escudo del Barça es un orgullo -incluso en días como hoy- pero también una responsabilidad. Los colores blaugrana exigen que se domine los partidos, que la pelota no queme y que defender sea una prioridad secundaria. Valverde no lo entendió en el Olímpico y no lo ha entendido esta noche. Tampoco durante toda la temporada). Todo lo que no sea una dimisión en sala de prensa será una decepción.