Volver al pasado siempre es retroceder. Y aunque fuera mejor, es un ejercicio nada recomendable. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero hay pasados que hay que superar mejorándolos, y eso está costando en can Barça.
Más de un aficionado blaugrana se acordó de esos jugadores que no mueren nunca y que siempre desearía ver en el campo. Especialmente cuando han sido brillantes en el equipo donde han jugado. Xavi Hernández es uno de ellos. Viendo al Barça sin control, sin posesión, sufriendo, sin balón, con expulsados, pidiendo la hora, puede que el señor de la tribuna o el de la tercera gradería pensará que Xavi, con 37 años, podía serle útil a este Barça que en lugar de divertir hace sufrir, pese a que el resultado le favorezca.
Cierto es que este Barça actúa según lo que tiene. No puede más que apostar por sus armas, que no son otras que el balón caiga en Messi y defina, resuelva o distribuya las ocasiones de gol. Las circunstancias lo obligan. Pero pregunto: ¿No hay en el Barça B un Xavi, o un Pep, o un Milla?
Me extraña enormemente que Luis Enrique siga sin apostar por la cantera de la Masia. Johan Cruyff, por ejemplo, fue valiente y apostó primero por Luis Milla y cuando este se fue al Madrid subió a un imberbe Pep Guardiola. Y Van Gaal le dio la oportunidad a Xavi, y ya con Pep de entrenador apostó también por Busquets como recuperador. ¿Por qué Luis Enrique no ha creído en la cantera? ¿No hay un jugador de esas características, que temple, que domine, que pida el balón y diga “tranquilos”, levante la cabeza y reparta?
El Barça está en una nueva final de la Copa del Rey y eso los aficionados blaugrana tienen que celebrarlo como un éxito enorme. Pero la forma, el método de llegar a esa gloria no es con el que esta afición ha soñado en los últimos años.
Es verdad que el Atlético fue más incómodo que un perro que ladra toda la noche; más cargante que un vendedor de la Rambla Catalunya; más chinche que las masajistas de la playa de la Barceloneta; más desagradable que esos restaurantes en los que sales oliendo a aceite; más fastidioso que un dolor de muela. Pero ellos salieron a buscar la final con todas sus fuerzas, y dominaron al Barça.
A los rojiblancos les rascaba el 1-2 de la ida como una picada de mosquito. Y saltaron al Estadi –67.734 aficionados, pobre entrada para una semifinal de Copa- dispuestos a morder, preparados para morir en el primer tiempo, mentalizados para someter al adversario e instruidos para ahogar al Barça en su área y destruirlo.
No era el Barça. Ni siquiera una mala copia. Sin balón no hubo posesión. Parecía un partido de ida y vuelta pero en el que Barça siempre corrió del adversario. Ninguna creación. Cero en imaginación. Todo pendiente de un fallo del rival y, en consecuencia, un aprovechamiento de Luis Suárez o Messi.
Pero no tranquiliza el Barça a su afición aunque esté en una nueva final de la Copa del Rey. Un Barça sufridor, en los tiempos que corren, no convence totalmente. Aunque gane. Catalunya ya sufre demasiado en la calle y en las salas de justicia. Este país necesita píldoras poderosas que apoyen su causa.
El Barça, pese a no jugar bien, está en otra final. Otra final en la que el Gobierno de Rajoy tendrá que buscar un escenario ideal y volveremos a tener una manifestación de catalanismo, con los pitos al himno español, y nuevas denuncias de Tebas y compañía. Eso es lo mejor de volver a estar en otra final de Copa del Rey.
Catalunya volverá a pitar en esa final el himno que no quiere. Sólo hay que desear que su equipo vuelva a ganar sin tanto sufrimiento.