La firma del acuerdo entre PSOE y Sumar para reeditar el gobierno de coalición de la pasada legislatura acerca a Pedro Sánchez a la reelección, ya que a sus 122 diputados añade los 31 de Yolanda Díaz, que, junto a los 6 de Bildu, le sitúan en la cifra de 159 síes, a 15 de la mayoría absoluta. Es un gesto plástico que tiene su importancia, porque los socialistas muestran a la opinión pública avances en una negociación enormemente compleja con el independentismo catalán y da a la formación de Yolanda Díaz la dosis justa de protagonismo, en un acuerdo político en el que realmente aparentan más de lo que cuentan. Vienen a ser los teloneros de la negociación de verdad, ya que lo de Sumar no deja de ser un brindis al sol si el acuerdo no se cerrara con Junts, Esquerra y PNV. Eso sí, muestran musculatura porque pueden visualizar que tendrán ministros en el próximo gobierno y eso les fue vedado por los socialistas hasta la última legislatura con Pablo Iglesias.
El documento suscrito entre las dos fuerzas políticas es un compendio de medidas que suponen una fuerte mirada hacia la izquierda: subida de impuestos, como el de sociedades para las grandes empresas; medidas relativas a las condiciones laborales, como la reducción de la jornada laboral de 40 horas a 37,5 o el aumento del salario mínimo interprofesional (SMI) que seguirá creciendo; y medidas sociales, como el dentista gratuito o un permiso de cuidados de 20 semanas, 8 de las cuales serían remuneradas. Medidas aparentemente ecologistas como la reducción de los vuelos domésticos en rutas que tengan alternativa ferroviaria con una duración menor de dos horas y media de viaje con la excepción de aeropuertos hub. Muy bien sobre el papel, pero, en realidad, ¿quién tiene aeropuerto hub? Oh, casualidad, Madrid. ¿Quién más? Nadie más.
Pero también destacan medidas fuertemente populistas y, sin duda, criticables, como la gratuidad en Rodalies y todos los descuentos vigentes en transportes públicos desde la finalización de la pandemia. Lo que necesitan los viajeros de Rodalies no son billetes gratis, sino que los trenes funcionen y lleguen a la hora. Y eso solo se arregla con fuertes inversiones económicas por parte del gobierno de turno, corrigiendo el déficit histórico. Desde Catalunya muchas veces se ha reclamado el traspaso de la infraestructura y las partidas presupuestarias necesarias para darle la vuelta a un funcionamiento más que deficitario. Yo mismo lo he pedido en numerosas ocasiones durante estos últimos años. Teniendo en cuenta lo calamitoso que es en estos momentos Rodalies, no sé si sería mejor exigir un servicio digno, primero por parte del gobierno español y plantear después el traspaso, cuando se hayan corregido las deficiencias. Porque lo que es evidente es que sea de quien sea la titularidad, pasará tiempo hasta que funcione bien y las transferencias se han de hacer en unas condiciones que ahora no se dan.
El diablo está en los detalles, dice un refrán anglosajón que bien se puede aplicar aquí. Ofrecer billetes gratis no deja de ser la zanahoria para que mucha gente esté contenta hasta que utiliza la infraestructura, en la que, además, nunca había ido tanta gente y en tantas horas. Los usuarios asiduos a sus lugares de trabajo de poco les sirve esta medida, ya que lo único que desean es poderse planificar, cosa, hoy por hoy, imposible. Sería, sin duda, más útil preguntar a los usuarios antes de tirar de chequera y entrar en un bucle diabólico en el que lo único que se hace es despilfarrar cientos de millones.
Pero bueno, la estética también juega en política y este es un caso casi de manual. Cerrados los acuerdos con Sumar —Podemos dice no saber nada— y Bildu, las siguientes carpetas van a ser las independentistas y, probablemente, por este orden: PNV, Esquerra y Junts. La partida entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont sigue abierta, aunque el paso de los días juega a favor del acuerdo. Como siempre he dicho, varios meses sin levantarse de la mesa no hacen sino generar un cierto clima de confianza. El superar los obstáculos con discreción también ayuda a poner negro sobre blanco. Sigue habiendo escepticismo y posibilidades reales de que no llegue a buen puerto, pero estas existirán siempre hasta el último momento.