Estamos asistiendo estos días a la difusión de una serie de audios grabados de conversaciones íntimas mantenidas por Juan Carlos I mientras era jefe del Estado —las divulgadas hasta la fecha son de los años 90—y la actriz, vedette y tiempo atrás presentadora de Televisión Española, Bárbara Rey. Hay dos circunstancias de los audios que no pueden pasar por alto: el hecho de que se aborden situaciones trágicas de la historia de España, como fue el golpe militar del 23 de febrero de 1981, y el hecho del enorme costo para las arcas del Estado que supuso la aventura amorosa. No fue la única, por lo que sabemos. Ni tampoco la más costosa. Es enormemente grave y frívolo cómo se refiere al silencio del golpista Alfonso Armada, al papel de Sabino Fernández Campo, al exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán o el papel de la reina Sofía, de quien reconoce que no están juntos desde que nació el príncipe, hoy rey, Felipe VI, en 1968. "Vida familiar ninguna", apostilla.

El hecho de que Juan Carlos I abdicara de la Corona en junio de 2014 no resta trascendencia a sus conversaciones de alcoba con la vedette. Tampoco los años transcurridos. Restarán interés informativo y un interés evidente por tratar de proteger a quien fue jefe del Estado durante casi 40 años y gozó de una protección que aún hoy se hace difícil de comprender. Ha habido malversación de fondos reservados en una cantidad que, según se apunta, rondaría los 600 millones de la época, pagados bajo las presidencias del Gobierno de Felipe González y de José María Aznar. Que fuera fruto de un chantaje no disminuye el hecho de que fuera dinero público para resolver asuntos privados. Entre otras cosas, porque si estas cintas se hubieran conocido en su momento, la verdad del 23-F sería otra y tanto González como Aznar optaron por ocultar la verdad. La diversión no fue una cosa privada y no vale, por tanto, dejar la cuestión en la esfera privada, como algunos han intentado hacer, en parte, para esconder su silencio de todos estos años.

El golpe de Estado del 23-F tiene una parte oscura en el mismo palacio de la Zarzuela a la que no se ha querido llegar

Pero, sin duda, nada adquiere el carácter de documento de voz histórico para los que aún idolatran el papel de Juan Carlos I en el 23-F como su encendido elogio al silencio de Alfonso Armada, el entonces teniente general que fue la máxima autoridad militar juzgada por el golpe de Estado de 1981. Esta es la conversación:

Juan Carlos (JC): Estoy yo ahora sufriendo, entre tú y yo.

Bárbara Rey (BR): ¿Mucho, no?

JC: Las cosas de Sabino. Y palabra de honor, me río, me río, cariño, me río de Alfonso Armada.

BR: Sí, ¿verdad?, no, es que tiene...

JC: Armada... siete años en la cárcel, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío jamás ha dicho una palabra.

BR: Jamás.

JC: En cambio, este está largando...

BR: Pero bueno, pero si este hombre, pero escúchame, tú te has portado muy bien con él... ¿Hay algo por lo cual esté descontento contigo?

JC: No lo sé, no tengo ni idea.

BR: ¿Pero contigo concretamente o contigo y con la Reina? ¿O solamente va a por ti?

JC: No... él dice que yo he conseguido que la Reina esté en contra de él. Yo.

BR: ¿Pero tú no me dijiste que a veces intuías, que tenías visto alguna cosa, como si tuviera cierta confianza con ella? /¿Me entiendes?/

JC: Sí, sí. Pero después de irse, él ha comentado que yo he conseguido que ella esté en contra de él.

La conversación sigue, pero ese relato del papel de Alfonso Armada y su silencio, unido a que la víspera del 23-F había avisado a su amante y le había dicho que no saliera de casa al día siguiente, componen un nuevo puzle de un episodio oscuro de la historia de España. El golpe de Estado tiene una parte oscura en el mismo palacio de la Zarzuela, a la que no se ha querido llegar porque falsear aquella historia daba una pátina de heroicidad a quien se le hacía aparecer como el que había parado el golpe. Haría falta una comisión de la verdad para saber qué sucedió y, a lo mejor, entonces se entendería por qué la defensa y los elogios de algunos al régimen de la transición.