Las graves acusaciones del conseguidor Víctor de Aldama pueden acabar siendo el golpe de gracia de una legislatura española que solo tiene algo más de un año desde la reelección de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Aunque la resiliencia del inquilino de la Moncloa está, aparentemente, a prueba de cualquier tipo de inclemencia, no es menos cierto que cuesta ver como puede proseguir sin haber estabilizado una mayoría política que le acompañe sin sobresaltos diarios y con el frente judicial que amenaza con ser un camino de espinas sin parangón alguno para ningún presidente del Gobierno en activo.

Las acusaciones de corrupción, muchas de ellas afectándole directamente, como son las del denominado caso Koldo, tienen ya entidad suficiente, al menos para el fiscal anticorrupción, que pidió la puesta en libertad de Aldama, a lo que el juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno accedió. La puesta en marcha del ventilador de las acusaciones de corrupción en un partido político siempre tienen un patrón parecido: alguien empieza a ablandarse después de pasar una temporada en prisión, y el conocimiento de los secretos es motivo de transacción para que el reo vea rebajada su condena.

El hecho de que Aldama se haya decidido a hablar la semana antes del congreso del PSOE, que se celebrará a final de mes en Sevilla, tampoco debe ser una casualidad. El cónclave socialista, que había sido adelantado estratégicamente por Sánchez, pretendía revalidar su liderazgo y que se visualizara el apoyo masivo de la organización, ganar impulso político y coger aire para un año 2025 que se presagiaba electoral. En estos momentos, solo tiene a su alcance el primer objetivo, que, sin duda, logrará puertas a fuera, ya que la conducción del partido con mano de hierro no deja mucho margen para que suceda públicamente una cosa diferente.

Ya se empieza a producir en el PSOE aquella intranquilidad tan propia de cuando las cosas se tuercen y surgen más nervios de los necesarios

Pero el hecho de que varios de sus colaboradores —el secretario de Organización, Santos Cerdán, y varios ministros— hayan sido señalados por Aldama como perceptores de cuantiosas cantidades de dinero, va a sobrevolar el fin de semana próximo la capital andaluza. De hecho, ya se empieza a producir en el PSOE aquella intranquilidad tan propia de cuando las cosas se tuercen y surgen más nervios de los necesarios. Una ansiedad manifiesta porque se acumulan los problemas y el camino a seguir está lleno de todo tipo de obstáculos. 

Esta semana mismo, las contorsiones para sacar adelante un paquete fiscal descafeinado han sido más que evidentes. Para evitar una nueva derrota parlamentaría, ha tenido que hacer promesas que sabe que no cumplirá con el impuesto a las energéticas vía proyecto de ley o real decreto, y que la izquierda ha aceptado piadosamente. Los siete votos de Junts no tienen intención de poner en riesgo las inversiones en el Camp de Tarragona y otras que ya están comprometidas y eso ya lo sabe el gobierno. La coyuntura tampoco parece ser la mejor para un acuerdo de presupuestos, el único balón de oxígeno importante para Sánchez, que si lo superara equivaldría —políticamente hablando, tal como están las cosas— a una segunda investidura.