No tengo ninguna duda de que el resultado final de la Comisión de Investigación del Congreso de los Diputados sobre la operación Catalunya incorporará también elevar a la fiscalía general del Estado las mentiras vertidas este lunes en sede parlamentaria por María Dolores de Cospedal, exsecretaria general del Partido Popular y exministra de Defensa con Mariano Rajoy y por Alícia Sánchez-Camacho, la expresidenta del Partido Popular de Catalunya. Cospedal y Camacho, además de mentir, se rieron del Congreso de los Diputados, negando sus propias declaraciones, algunas de las cuales hemos oído centenares de veces estos últimos años y en un alarde de tomadura de pelo a los presentes, una de ellas, incluso se permitió vacilar al diputado: "me fío más de mi memoria que de lo que usted dice que he dicho".
Si el trabajo realizado por los servicios del excomisario Villarejo para desestabilizar Catalunya y hacer retroceder el independentismo catalán a partir de 2012 ha contado con episodios típicos de las cloacas de un Estado, también ha incorporado a personajes más propios de Torrente y Santiago Segura que de Edward G. Robinson. Camacho y Cospedal formarían parte de esa saga de personajes creados por el director nacido en Carabanchel. La desvergüenza de ambas, ese rictus de desprecio ante los diputados intervinientes que no pertenecen a su ámbito político, hace aún más creíbles todas las barbaridades que llevaron a cabo.
La desvergüenza de Sánchez-Camacho y Cospedal hace aún más creíbles todas las barbaridades que llevaron a cabo
El desprecio ante las evidencias de cómo utilizaron los servicios de seguridad del Estado en beneficio propio, la persecución con nombre y apellidos de sus adversarios políticos, no solo son un ejemplo de mala política. ¡Ojalá solo fuera eso! Es el uso indiscriminado del poder para perseguir al adversario político. En esas grabaciones nauseabundas se han arrogado la fuerza para acabar con el adversario político usando todo tipo de armas, bien sea el descrédito político o la invención de cuentas en el extranjero. Fueron años muy duros, de los que aún muchos pagan las consecuencias. Pero ni mucho menos estoy dispuesto a aceptar que fueron muy duros para todos. Lo fueron para los perseguidos, no para los perseguidores. Lo fueron para los condenados o los que sufrieron persecución injusta, no para los que libremente optaron por irse a vivir fuera de Catalunya.
Por eso, cuando Sánchez-Camacho se vanagloria de haberse ido a vivir fuera de Catalunya, ha acusado al independentismo de tenerse que ir a vivir a Madrid y ha presumido de que esa era una de las mejores decisiones que había adoptado en su vida, lo que produce es lástima. Se fue porque quiso o en todo caso porque después de su episodio de la Camarga y de otras grabaciones que hemos escuchado, le era muy difícil dar explicaciones e incluso relacionarse con sus compañeros del PP catalán. Esa fue la razón. ¿Cómo iba a pasear por Catalunya y explicar lo que había hecho? ¿Cómo iba a mirar a la cara a todos aquellos con los que se relacionaba normalmente mientras, al mismo tiempo, pedía a Villarejo que los investigara? La verdad es así de dura. Como decía Martín Lutero, "una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve". Y las de Cospedal y Camacho, hace muchos años que ruedan.