Se cumple, este miércoles, un año de la carta fake de Pedro Sánchez en la que se tomaba unos días para reflexionar si merecía seguir en el cargo de presidente del Gobierno. Doce meses en los que han pasado muchas cosas y un anuncio que influyó —cuánto, no lo sabemos— en las elecciones catalanas del 12 de mayo siguiente, cuya campaña justo empezaba 48 horas después de hacerse público el escrito. Por cierto, una notificación que se hizo por la red X, que ya era de Elon Musk, que había completado la adquisición de Twitter en octubre de 2022 y de la que hoy tiene casi 50 millones de visualizaciones, muy por encima de cualquier otra noticia suya. De aquella trampa política, es muy probable que muchos no se acuerden, ya que las noticias hoy se consumen a una velocidad que nada acaba siendo trascendente. Sabemos ahora que todo fue una estrategia mediática muy buena para desactivar, o al menos intentarlo, todo el fuego judicial que le venía de múltiples frentes: el personal, a través de las causas judiciales de su mujer y su hermano, que era el que denunciaba en su amago de dimisión, y el político, con las ramificaciones del PSOE y del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz.

El balance de aquel movimiento de Sánchez solo puede ser considerado exultante. La perspectiva del tiempo y la estrategia marcada han jugado claramente a su favor y si ya se había ganado a pulso fama de resiliente, como había explicado en su libro Manual de resistencia, ahora no le ha hecho falta un nuevo tomo. Veamos: primero, sigue en la Moncloa como presidente del gobierno. Segundo, sus pocas expectativas electorales a futuro no han variado en exceso, pero puede decir que ha contenido el crecimiento de Alberto Núñez Feijóo. Otra cosa es que Vox y Abascal son claramente tercera fuerza política, en medio de la desintegración del bloque Sumar, Podemos e Izquierda Unida. Por ahí se le escapa la Moncloa a Sánchez. Tercero, cerró unos acuerdos de gran inestabilidad parlamentaria con Junts per Catalunya y hoy eso no está ni mejor ni peor. Si alguien puede sentirse incómodo con el rédito alcanzado es el partido de Carles Puigdemont, que tiene muchos de los acuerdos alcanzados con el PSOE en los tribunales (ley de amnistía), el catalán como lengua oficial en la Unión Europa (Consejo Europeo), o la cesión integral de las competencias de Inmigración (oposición en el Congreso de la izquierda española). 

El balance de aquel movimiento de Sánchez solo puede ser considerado exultante

Es cierto que su línea de defensa judicial tiene cada vez más fisuras, pero, supongo, que eso él ya lo daba por descontado cuando hizo su carta a la opinión pública. Si los demás teníamos indicios que apuntaban a que la justicia no iba a soltar el hueso, ¿qué no iba a tener el presidente del Gobierno, que controla todos los resortes del poder? En esa carpeta solo puede achicar agua, revolverse afirmando que sufre una persecución judicial —cosa que, por cierto, hacen regularmente algunos ministros— o confiar en la lentitud de la justicia. O tachar de fake las noticias que se publican y que afectan a Begoña Gómez o a su hermano David. En medio de toda esta carpeta judicial, sin duda la más prolija de un presidente del gobierno en activo, está el oscuro caso del fiscal García Ortiz, a quien, el pasado octubre, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo le abrió un procedimiento por un supuesto delito de revelación de secretos en relación con la pareja de Isabel Díaz Ayuso, siendo el primer fiscal general en activo en ser investigado formalmente por la justicia. Estas últimas horas, el caso ha cobrado nueva vida, ya que el juez que le investiga ha revelado que Google y WhatsApp han logrado recuperar de forma exitosa sus mensajes borrados. Ojo: unos mensajes que García Ortiz había eliminado cuando la guardia civil revisó su despacho.

Si todos estos son hechos incuestionables, hay otro elemento de la carta fake de Sánchez que nunca se podrá ponderar suficiente, ya que no hay un medidor para ello. Su impacto emocional en la campaña catalana y su efecto movilizador del electorado socialista de la conurbación de Barcelona, que participó de manera más importante que en otras ocasiones en las elecciones de veinte días después. El hecho de que la diferencia entre Salvador Illa y Carles Puigdemont fuera de siete diputados —42 parlamentarios a 35— enfrió cualquier polémica al respecto. Pero como el juego de la aritmética tiene siempre muchas más derivadas, la suma PSC, ERC y Comuns suma exactamente 68, la mayoría absoluta en el Parlament. Uno abajo no le hubiera quitado la presidencia a Illa, pero hubiera complicado la gobernanza, ya que la izquierda habría necesitado a la CUP o Illa estaría más necesitado de llegar a alianzas con la derecha o incluso con Junts. Pero Sánchez hizo su teatro, nos mareó a todos, incluido el rey Felipe VI, todo lo que quiso y siguió adelante. 

Napoleon Hill, el escritor estadounidense considerado el autor de autoayuda y superación más prestigioso del mundo, dijo una vez que "un ganador nunca renuncia, ¡y quien renuncia nunca gana!". Sánchez cerró su reflexión, retiró las dudas de la carta. Y siguió.