Aunque la derrota del Futbol Club Barcelona frente al Real Madrid en el Camp Nou este domingo entraba dentro de lo previsible —el equipo blaugrama no gana un clásico al equipo blanco desde el 2 de marzo de 2019, hace dos años y medio— es de las que hace daño, sitúa un punto de inflexión y de desmoralización en el aficionado, deja secuelas en el terreno de juego, y también numerosas cosas sobre las que reflexionar a la dirección del club. Es cierto que queda mucho para el final de temporada, pero no soplan aires tranquilizadores dentro de la entidad, sometida a unas turbulencias de difícil gestión dada la desesperante situación económica del club.

Así, la manera como se gestó la derrota, 1-2 con el gol blaugrana en el último minuto del tiempo de descuento; la incapacidad del entrenador del primer equipo, Ronald Koeman, para gestionar la plantilla y definir un patrón de juego mínimamente entendible; la confusión reinante en el equipo técnico con Jordi Cruyff, Mateo Alemany y Ramon Planas, sin que se sepan muy bien las funciones de cada uno; y una junta directiva con demasiados frentes en el horizonte, producto de una envenenada herencia de Josep Maria Bartomeu, es una auténtica tormenta perfecta en el club. Imágenes como las de este domingo por la tarde con aficionados golpeando el coche de su entrenador, además de lamentables y negativas para la entidad —¿dónde estaba la seguridad del club? ¿acaso no imaginaron que era previsible lo que ha pasado?— corroboran la necesidad de un golpe de timón.

Es obvio que Joan Laporta conoce de sobras las necesidades del equipo y la sensibilidad del aficionado blaugrana. Acaba de ganar las elecciones con un amplio respaldo de los socios —más del 54% de los votos, su principal rival Víctor Font no alcanzó el 30% y Antoni Freixa quedó por debajo del 9%— y también tiene experiencia como presidente entre 2003 y 2010, cuando cogió un club a la deriva deportiva y económicamente hablando y le dio la vuelta como un calcetín. El Barça era un equipo ganador en la que fue durante años la mejor liga del mundo, cosa que tampoco sucede ahora con una competición mediocre y vulgar, muy lejos, por ejemplo, de la Premier inglesa. 

No es la misma situación la de este 2021 que la del lejano 2003 —tampoco el equipo que le acompaña es el mismo que el de aquella primera etapa, sobre todo muchos de los entonces hombre fuertes— pero aún no hace ocho meses de su regreso a la entidad y, sin duda, necesita más tiempo para poner orden en ella. Cuesta de entender que el legado de Bartomeu fuera tan nefasto y que se haya podido llegar a una situación técnicamente de quiebra del club y de la que sin duda costará mucho salir. Sobre todo si el objetivo es preservar el actual modelo de club que, se diga lo que se diga, está seriamente comprometido con los números actuales.

Por eso, el entrenador del primer equipo de fútbol es siempre el reflejo de una manera de hacer, de pensar y de dirigirse al socio en unos momentos en que los fichajes de jugadores no están ni mucho menos encima de la mesa y la cantera de la Masia es el único remedio posible para los males del club. Seguro que el propio Laporta es consciente de que los resultados acaban marcando el resultado de cualquier entrenador de fútbol y que Koeman no tiene mucho más recorrido en su etapa en el banquillo. El lo sentenció hace semanas y el camino desde entonces no ha desbrozado los obstáculos que había sino que no dejan de haber más y más.