Las imágenes de estas últimas noches en la ciudad de Barcelona, con motivo de las Festes de la Mercè como telón de fondo, son las de una ciudad deprimente, descontrolada y, en muchos momentos, irreconocible por su vandalismo salvaje y denunciable. La respuesta de los que están al frente de la ciudad, rehuyendo cualquier responsabilidad, es un clásico de la capital desde que está al frente de ella Ada Colau, en 2015, y aún es más inquietante, ya que hemos llegado a oír que lo sucedido es algo propio de una ciudad que está en fiestas.
Ha habido saqueos, destrucción de locales, vehículos quemados, detenidos, heridos de arma blanca, agresiones sexuales y macrobotellones de decenas de miles de personas que la policía ha sido incapaz de controlar, limitándose a desplazarlos a zonas donde el daño se pudiera amortiguar.
El efecto Colau como sinónimo de desprestigio de la ciudad es alarmante. El silencio de sus socios socialistas en el equipo de gobierno es preocupante. Y la incapacidad para llegar a acuerdos de las fuerzas independentistas durante todo el mandato, sencillamente perturbador. Barcelona necesita saber que una alternativa al actual desastre es posible después de seis años —aún faltan dos si no hay un terremoto político por medio— de caminar sin parar hacia el precipicio.
De aquel irresponsable trabajo del Upper Diagonal apostando por Ada Colau para impedir un alcalde independentista vienen estos lodos. Del impostor Manuel Valls, traído desde París a cuerpo de rey por la burguesía barcelonesa para acabar siendo tan solo concejal y hoy ya de regreso a la capital francesa, una caricatura de los que tuvieron y no retuvieron. Y del apoyo para su reelección de la llamada prensa de referencia —la misma que ahora le critica—, una explicación del porqué de su imparable retroceso.
Los barceloneses necesitan saber que su ciudad tiene futuro y que la situación actual pasará. Que la ciudad volverá a ser aquella urbe prestigiosa con Pasqual Maragall, pero también con Xavier Trias. Que no se despacharán, como si fuera una broma o peor aún un desprecio, las críticas a la suciedad de Barcelona con que es debido a una ola de calor. Que la inseguridad actual no está cronificada por los años de los años. Que la Guardia Urbana hará de Guardia Urbana y entre sus funciones también estará la seguridad en la ciudad. Que la actividad empresarial y los comercios encontrarán un marco apropiado para desarrollar sus negocios. Y eso pasa también por no aceptar con complacencia actos de autoritarismo como el de la pasada semana blindando la plaça de Sant Jaume para poder alejar los gritos de los manifestantes en su contra, en el inicio de las Festes de la Mercè.
Las elecciones municipales de 2023 revertirán, a buen seguro, la situación actual. Pero como llega la ciudad a aquellos comicios es responsabilidad de todos los partidos del arco político municipal. De los que más concejales tienen, primero. El cuanto peor, mejor, ya no sirve porque algunas de las urgencias de la capital no pueden esperar. El riesgo de perder Barcelona durante una década es real y eso sería lo peor que podría suceder.