Que la Constitución española es a estas alturas una antigualla es algo en que, en estos momentos, la mitad de los españoles están de acuerdo, igual que tres cuartas partes de los catalanes con derecho a voto, y una proporción bastante similar de vascos. La defiende a capa y espada la extrema derecha, agrupada hoy en tres formaciones, Partido Popular, Vox y Ciudadanos, herederos de los que cuando se elaboró menos hicieron por su aprobación, ya que les iba bien lo que había habido hasta entonces.
Los socialistas proponen su reforma cuando están en la oposición y se olvidan de sus promesas cuando gobiernan, con la excusa pública de que es imposible llevar a cabo cualquier cambio cuando, en realidad, lo que acaban haciendo es actuar como garantes del régimen del 78. Pedro Sánchez ya ha olvidado, con la rapidez que le caracteriza, compromisos anteriores y, en el horizonte una reforma ni está ni se la espera. A su lado, Unidas Podemos contribuye a marear la perdiz sin colocar la reforma entre sus prioridades gubernamentales.
No es extraño que en este magma de intereses, inmovilismo, uniformidad, monolingüismo y derechización, el catalanismo político se encuentre cada vez más alejado. La irrupción de Felipe VI en octubre de 2017 hizo ver a muchos que la Constitución había pasado a ser definitivamente un candado. Las condenas a los líderes independentistas impuestas por el Tribunal Supremo, el exilio del president Carles Puigdemont y varios de sus consellers así como la persecución judicial a varios miles de independentistas, unido a la impunidad que han acabado teniendo las fuerzas policiales en la represión, han situado en el no retorno a una muy amplia mayoría de la sociedad catalana.
Si a eso sumamos que ha servido de protección para la corrupción de la monarquía española, no es extraño el devenir de la Carta Magna ante la opinión pública. Si en 1978, la Constitución fue el mínimo común denominador ante una clase política, sin duda, atemorizada por los continuos ruidos de sables, hoy es un instrumento caduco que no respetan ni los que a diario dicen defenderla. Se aprovechan, que es otra cosa.
Este lunes leía un tuit de Cayetana Álvarez de Toledo elogiando a Josep Tarradellas por un documento del expresident, expuesto en su archivo de Poblet, sobre la votación de la Constitución en España y en Catalunya y el mayor porcentaje de votos afirmativos en la segunda. El gran Josep Tarradellas, dice Cayetana. Ella que ha sido candidata del PP, heredero de aquella Alianza Popular que se opuso a su retorno a Catalunya desde su exilio francés. Suerte de la historia, que si no cualquier fabulación sería posible.