Cada vez que oigo a Pablo Casado o a Isabel Díaz Ayuso me asalta la misma pregunta: ¿por qué la derecha española no puede tener un liderazgo como el que ha tenido durante tantos años la democracia cristiana alemana con Angela Merkel? ¿Está condenada la derecha española a ser vista como una formación política más parecida a las derechas de Polonia o Hungría, con tics antieuropeos cuando no autoritarios? No solo es su posición en el caso Puigdemont; es sobre la memoria histórica, la lengua y la cultura catalana, los toros... y así un sinfín de temas en que uno tiene la impresión de que no solo está en cabeza de las derechas más casposas del continente, sino que aún le pesa demasiado una cierta extracción franquista.
Tendrán que pasar años para que se reconozca el importante papel de contención de Merkel durante los últimos tiempos en que los partidos a su derecha han ido creciendo, pero nunca, en ninguna circunstancia, ha querido ni uno solo de sus votos para gobernar, bien sea en la cancillería o en uno de los länder alemanes. Ni una mirada cómplice, sino el desprecio y la marginación más absoluta. Francia ha mantenido una posición pareja con la formación de Marie Le Pen. ¿Por qué el PP tiene a Vox como su aliado en comunidades autónomas y todo el mundo da por seguro que si se dieran las condiciones tras las próximas españolas habría una alianza de las derechas y cabrían en ella los votos de la formación de Abascal?
Merkel, cancillera desde 2005 y actualmente a la espera de un acuerdo, difícil pero muy probable, entre socialdemócratas, verdes y liberales, ha sido una política excepcional y ha liderado batallas dentro de la propia Alemania que han tenido un enorme desgaste personal, pero que le han permitido ser percibida como una líder robusta que adoptaba posiciones más allá de su estricto perímetro electoral. En el caso de la inmigración, abriendo sus puertas en 2015 a un millón de migrantes ante un recelo, todo hay que decirlo, bastante generalizado. Por no hablar de su papel en la crisis financiera de la zona euro y su apoyo a Grecia para que no tuviera que salir de la UE.
Aquí, la derecha vive tan solo de banderas que nada tienen que ver con el progreso de los ciudadanos. En sus mítines solo se oye Puigdemont a prisión y sus principales mensajes tienen que ver siempre con Catalunya, bien sea sus formaciones políticas o su permanente voluntad de dejar el catalán como una lengua muy menor. Como si el castellano fuera a desaparecer en Catalunya. Menuda tontería. Así puede despertar el voto dormido anticatalanista en España que, ciertamente, existe. Pero el liderazgo de Casado será siempre pequeño, sin crédito alguno en Europa, y por más que las encuestas de los medios de la derecha le empujen hacia la Moncloa los números difícilmente le saldrán. Incluso con Vox lo tendrá muy difícil aritméticamente. Por no hablar de cómo se lo explicará a sus pares europeos.