Un prudente, por decirlo suave, Pedro Sánchez ha hecho balance del año 2020, en puertas de quedar clasurado, sin compromiso alguno respecto al indulto de los presos políticos. Es una noticia decepcionante para aquellos que daban por seguro hace unos meses que estas Navidades los presos políticos ya las pasarían en casa. Pero es también el signo de los tiempos de un presidente esquivo ante las dificultades y temeroso del relato de la derecha que desde la oposición parece contar con más resortes de poder que el propio Gobierno y ser capaz de imponer con cierta facilidad el relato mediático.
Sánchez ha abierto minimamente la puerta en su conferencia de balance del 2020. Seguramente lo suficiente para que la prensa de Madrid disponga de munición para lanzarse de una forma despiadada e intentar hacerle retroceder. Este es su juego: no hacer nada, hablar un poco con frases interpretables, intentar ganar tiempo, mantener a salvo el perímetro de la mayoría parlamentaria y, sobre todo, ganar tiempo: una vieja herencia de Mariano Rajoy.
La carpeta queda, por tanto, para 2021 bajo dos parámetros políticos: la reconciliación y el reencuentro, palabras con las que él ya llegó a la presidencia del gobierno mientras los nueve presos políticos seguían en su celda, los exiliados perseguidos por la justicia española y las causas judiciales relacionadas se cuentan por cientos y el número de personas represaliadas por miles.
Todo, dice, con la mirada puesta en el 14 de febrero. Como confiando que los catalanes resolverán en las urnas su problema y que el rompecabezas poselectoral acabará teniendo alguna jugada escondida que hoy es imposible. Lo cierto es que Sánchez no ha tenido nunca un plan para Catalunya aunque juegue a aparentar lo contrario. No ha habido un movimiento político, más allá de la tomadura de pelo que fue la propuesta de mesa de diálogo, tampoco una voluntad real de revertir las inversiones del Estado en Catalunya, de abordar un acuerdo económico en el marco del caducado sistema de financiación autonómica, y, mucho menos, de abrir la carpeta del déficit fiscal.
Y en épocas de represión y de hambruna financiera, de buenas palabras no se vive.