Ha transcurrido ya una semana desde que Pablo Iglesias defendió en televisión que se podía perfectamente equiparar el exilio del president Carles Puigdemont en Bélgica -y entiendo que por extensión el de Toni Comín, Clara Ponsatí, Lluís Puig y Meritxell Serret- con el de los exiliados republicanos durante la dictadura. Un entrevista en la que también señaló que la consideración que le merecía Juan Carlos I era, en cambio, la de un fugado. Tenía dudas de si Iglesias aguantaría la embestida que se iba a producir, no tanto por su condición de máximo dirigente de Unidas Podemos sino por el rango que ocupa en el gobierno español de vicepresidente segundo. Iglesias ha resistido la ofensiva de toda la derecha y de buena parte de la izquierda, incluso de sus propias filas, algo que, sin duda, le ha generado incomodidad pero que hay que reconocerle.
La última que se ha subido al carro de la descalificación de Iglesias ha sido la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que ha declarado que no entiende "como una persona inteligente y bien formada como es el vicepresidente puede decir unas cosas que no tienen ninguna base", y ha sentenciado que el nombre exacto es el de "prófugo", no el de "exiliado". Carmena, a quien la alcaldesa Colau ofreció en 2019 pronunciar el pregón de la Mercè y dejó dicho que Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sànchez y el resto de dirigentes políticos encarcelados en Lledoners no son presos políticos, no está muy lejos de la posición que han adoptado los comunes con Iglesias en esta cuestión que ha oscilado entre el silenci y la crítica.
Colau incluso corrigió a Iglesias señalando que no era comparable el exilio republicano durante la dictadura con la situación de Puigdemont. Otros dirigentes de los comunes aun fueron más allá, demostrándose una vez más las dificultades de esta formación política cuando no puede estar en esta materia en una zona de confort. La campaña de las próximas elecciones del 14 de febrero no irá de exiliados y presos, ya se encargarán las televisiones, las radios y los medios que controlan el relato oficial de que esto no sea así. De hecho, ya lo estamos viendo en el frame que quiere imponerse desde la Moncloa: el leitmotiv oficial es la reconciliación. El verdugo de la autonomía catalana y del 155 junto al PP y Ciudadanos enarbolando la bandera de la reconciliación.
No deja de ser, cuando menos, de un gran atrevimiento ya que los hechos no se corresponden con las palabras. Estas elecciones, si de alguna cosa van, es sobre todo de supervivencia de la nación catalana. De que no se diluya todo el caudal de millones de personas defendiendo la independencia de Catalunya por el cansancio o los errores de sus dirigentes. Iglesias, sin querer, puso el dedo en la llaga en televisión, y el independentismo tiene que encontrar la manera de defender a sus presos y exiliados. Con pocas ayudas de fuera pero con la fortaleza de la razón y de la historia.