Por segunda vez ha vuelto a fracasar el alto al fuego para facilitar un corredor humanitario que permita la salida de ciudadanos de Mariúpol (Donetsk), y tan solo unos centenares de vecinos de los 400.000 habitantes han logrado su objetivo de salir de la ciudad situada al lado del mar de Azov. En medio de la destrucción continua de las tropas rusas y de las nuevas amenazas de Putin desde el Kremlin reafirmando su voluntad de conseguir sus objetivos militarmente o por la vía diplomática, el cerco del presidente ruso no hace sino reafirmarse. Destrucción de las ciudades a través de la guerra y una aparente e infructuosa vía diplomática con el presidente francés, Emmanuel Macron, o con el primer ministro israelí, Naftalí Bennett.
Que la única alternativa para mediar en el conflicto por parte del alto representante para la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, haya sido pedir que China sea la mediadora, que confía en ello y que no hay alternativa, suena a peligroso e imprudente. En primer lugar, le hace un flaco favor a la Unión Europea, que la aparca como un actor en el conflicto. Pero más importante que todo eso es que China tiene su agenda propia y sus intereses en el conflicto, más allá de haber tenido dialécticamente una posición aparentemente alejada de la invasión de Moscú. Antes de acudir desesperadamente a las manos de China, la Unión Europea debería jugar sus cartas y buscar en su propio terreno alguna personalidad como Angela Merkel que pudiera desenredar el belicismo practicado por Borrell.
Al cumplirse el día 12 de la invasión de Ucrania, ya se está empezando a notar la ausencia de noticias directas procedentes de Rusia, una vez Vladímir Putin ha aprobado a través de la Duma duras sanciones a los periodistas que publiquen "desinformaciones", incluidas penas de hasta quince años de cárcel. El apagón de los grandes medios internacionales ha sido total y va a costar a partir de ahora saber cómo se vive en Moscú y en otras ciudades la invasión, mientras las detenciones del régimen por las protestas se siguen produciendo a centenares. A este apagón de lo que allí sucede se suma la falta de información de consumo interior al haberse cerrado los medios que el Kremlin no controla.
Ya se sabe que en un conflicto bélico lo primero que se echa de menos es la verdad y lo que se lee sabemos, mucho tiempo después, que era en parte más propaganda que información. Pero pese a todo, hay un trabajo sobre el terreno de numerosos periodistas que es envidiable e imprescindible para reducir o acompañar la información que no se puede contrastar porque está en la zona más extrema del conflicto. Que Putin los haya expulsado de Rusia, porque eso es lo que ha hecho, deja bien claro que no quiere testigos de las atrocidades que puede llegar a realizar, y tampoco que se conozca el nivel de oposición entre la población a una guerra que cada vez se parece más, en parte, a la guerra de Putin que a la guerra de Rusia.