Balance de fin de año de Pedro Sánchez y mensaje nítido del presidente del Gobierno: "¿Es de sentido común, no? La prioridad de la ciudadanía es la superación de la pandemia. Esa es la urgencia. ¿La mesa de diálogo? Ya les diremos cuándo se reunirá". Lo podía decir más alto pero no más claro: la exigencia del president Pere Aragonès apelando a la urgencia de la reunión tendrá que esperar y el año se iniciará exactamente como se acabó: sin novedad en el calendario, sin noticias de qué va a figurar en la agenda de la cita y tirando la pelota nuevamente hacia adelante como es marca de la casa, o sea, de La Moncloa.
El mensaje de Pedro Sánchez tuvo su complemento en las palabras pronunciadas desde Barcelona por el líder del PSC, Salvador Illa. El líder de los socialistas catalanes envió un mensaje claro al president sobre los límites de la mesa entre los dos gobiernos: amnistía y autodeterminación ni son factibles ni son el camino y, además, son impracticables. El melón de la mesa de diálogo empieza así a entrar en un callejón sin salida y todo apunta a que será imprescindible practicarle la respiración asistida si se quiere seguir vendiéndola como una oportunidad para superar el conflicto entre España y Catalunya.
Como será, seguramente, mi último artículo del año hablando de la mesa de diálogo, aprovecho para hacer las siguientes reflexiones: primera, aunque es cierto que solo se llevan unos meses de legislatura, en febrero hará un año de las elecciones del 14-F, y no hay el más mínimo indicio de que el Gobierno español se la tome mínimamente en serio y solo la está utilizando para propagar un inexistente diálogo que no practica.
Segundo, el independentismo —en este caso Esquerra, ya que solo ellos están presentes en la mesa— ha de exigir pruebas concretas de que hay avances en los temas para los que se constituyó y que no son otros que referéndum, amnistía y autodeterminación. No es una mesa sectorial sobre conflictos autonómicos que, sin duda, son muy importantes, pero ya tienen múltiples foros para su debate. Esta es una mesa política para hablar de política, por más que el PSOE huya como gato escaldado de esos parámetros que, por otro lado, le originan conflictos territoriales en una amplia base del partido.
Tercero, la mesa de diálogo tampoco es para hablar de los fondos New Generation y su descentralización. El gobierno de Pedro Sánchez no puede mercadear como está haciendo, y la gestión en Catalunya depende de la Generalitat, que tiene que tener un papel clave. En política la confianza se gana en el día a día y el presidente del Gobierno no puede seguir actuando como si tuviera un cheque en blanco. Alguien le debe decir que no lo tiene mientras hace y deshace a su antojo en temas cruciales como el catalán y la ley del audiovisual, por poner dos ejemplos.
Y cuarto, el independentismo tiene que salir del bucle que le lleva a una permanente guerra fratricida. Empezar el año de una manera diferente a como lo acaba debería ser una obligación de los tres partidos y una exigencia de sus electores. Hay que decirlo claro: la ciudadanía espera que el espectáculo partidista y de corta mirada no dure mucho tiempo más. Hay por delante un largo camino y un 2022 que traerá sorpresas y de las importantes.