Con la actitud arrogante y de menosprecio que suele caracterizar a los gobiernos españoles, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, celebró este domingo una infructuosa reunión en Barcelona con la consellera de Presidència, Laura Vilagrà, con la única voluntad de echar agua al vino del escándalo político del CatalanGate. Bolaños vino con aquella actitud que tan bien definió Jordi Pujol en un acto electoral en 2002, explicando cuál era la práctica de los sucesivos gobiernos españoles con los nacionalistas catalanes. "Es como mi abuela cuando iba al gallinero y gritaba a las gallinas diciendo: "tites tites, tites tites", explicó entre el aplauso del auditorio.

El correo de Sánchez no pudo volver a Madrid con buenas noticias, ya que los socialistas tienen muy malas cartas en este turbio asunto y su propuesta era toda una burla. Apunté el pasado viernes que Moncloa trataba de encontrar un atajo para que el peaje que tenga que pagar el PSOE por el escándalo de espionaje político más importante conocido en Europa hasta la fecha, sea el mínimo posible. Y así ha sido: movilizar al Defensor del  Pueblo —el socialista y exministro Ángel Gabilondo— para que abra una investigación es descafeinar el problema y retrasar la solución; convocar precipitadamente la comisión de secretos oficiales del Congreso de los Diputados —que hace años que no se reúne— es llevar a vía muerta el CatalanGate y reírse de los afectados; y anunciar la apertura de un control interno en el CNI es ineficaz y preocupante, ya que es aceptar que los servicios secretos pueden tener gente trabajando por su cuenta.

Todo es mucho más sencillo si el PSOE quiere abordar el CatalanGate en serio, ya que no hay ninguna duda de que el programa Pegasus ha sido utilizado por los servicios —los que sean— del Estado, porque solo este puede comprarlos a la compañía israelí. Estamos, por tanto, ante un asunto de sota, caballo y rey. ¿Lo compró el Estado español?, ¿con qué dinero?, ¿qué uso ilegal y fraudulento se ha llevado a cabo con Pegasus?, y ¿qué filtros han pasado —si es que han pasado alguno y aquí hay que mirar necesariamente al estamento judicial— para llevar a cabo el espionaje?

Nada de eso está entre lo que podría llegar a saber la comisión parlamentaria de secretos oficiales en una reunión, ya que no es un caso secreto. No se monta un caso masivo de espionaje, con repercusiones internacionales como se ha visto, para informar más tarde a los señores y señoras diputadas. Es tomarnos a todos por idiotas. Estas cosas, como muy bien aprendimos con los GAL, se montan desde el Estado para no dar explicaciones nunca, aunque las pruebas sean más que evidentes, como realmente lo eran. Otra cosa es que los partidos afectados, todos o algunos, quieran, por las razones que sean, que uno de los mayores ataques a la democracia, como es el espionaje masivo desde el poder, quede impune.

La mesa de diálogo entre los gobiernos de España y Catalunya fue, de alguna manera, la rehabilitación política de Sánchez tras los hechos de 1 de octubre de 2017. A la vista de la represión de aquellas jornadas y del paripé de Mariano Rajoy, Sánchez ofrecía algo que la comunidad internacional podía comprar fácilmente como era un improductivo diálogo, pero diálogo a la postre. Ante este movimiento, el independentismo no tenía buenas cartas: si no se sentaba era intransigente y si lo hacía, el camino no llevaría a ningún sitio. Ahora las cartas que tiene son mejores, ya que son los espiados por el Estado español y tiene una nueva oportunidad para jugar con más acierto la partida.

La bandera del falso diálogo fue la rehabilitación de Sánchez en muchas cancillerías y medios internacionales frente a la intransigencia de Rajoy. Una manera de desactivar al independentismo. Ahora, con otras cartas, el Gobierno español está acorralado ante un asunto que no puede enterrar y que tampoco sabe qué solución política darle, ya que todas las que tiene en su mano son malas. Además, existen los precedentes de casos similares con decisiones importantes y dimisiones, cuando menos, a nivel de ministro. De ahí que Sánchez esté más que sofocado y el independentismo disponga de algún que otro comodín.