Cuando aún no se han acabado los ecos del congreso del PSOE que se celebró en València a mediados de octubre y del que salió un compromiso firme y encendido de Pedro Sánchez de derogar la reforma laboral -también fue la cumbre del abrazo entre Felipe González y Sánchez, en un intento de presentar a la opinión pública una unidad inexistente- este domingo en Roma, en el marco de la reunión del G-20, un presidente más pausado ha puesto el freno y ha rebajado expectativas: se trataría de cambiar algunas cosas y mirar hacia adelante.

Claro está que en el ardor de un congreso de partido se pueden prometer cosas y después, ya se sabe, se puede desviar la atención señalando, por ejemplo, que no se puede hacer todo lo que se promete. Pero es que en el caso de Sánchez la rectificación siempre se produce a gran velocidad y, normalmente, cuando está en alguna reunión internacional. Veremos como se lo hace ahora el presidente de retorno a casa cuando los sindicatos y una parte del Gobierno, empezando por sus socios de Podemos con la vicepresidenta Yolanda Díaz al frente, le recuerden que hay un compromiso para derogar la reforma.

Viene este último ejemplo a cuenta no solo de que la prometida derogación de la reforma laboral acabará entrando en un limbo de promesas continuadas para no tocar nada significativo. La Comisión Europea no está para muchas más tonterías en materia económica por parte del ejecutivo español y mucho más después de que el crecimiento del PIB en el tercer trimestre se haya deshinchado, las previsiones para final de año no sean buenas, el consumo esté sufriendo más de la cuenta, la inflación esté desbocada, el aumento de los precios de la energía desatados, la productividad cae alarmantemente, la exportación sufriendo y así unas cuantas cosas más. Las alertas se han encendido en Bruselas y han empezado a trabajar con una nueva alarma de la economía española y habrá que empezar de nuevo a recordar lenguajes olvidados, como el de la prima de riesgo.

Pero volvamos al principio, que para mí es lo más alarmante: ¿cuánto vale la palabra de Pedro Sánchez? Está más que demostrado que muy poco, a menos de que su capacidad de movimiento sea nula y no tenga más remedio que cumplirlo. Por eso siempre me ha parecido un error no armar un programa de mínimos de los 23 diputados independentistas -13 de ERC, 4 de Junts, 4 del PDeCAT y 2 de la CUP-  y obligar al gobierno socialista a cumplir. El acuerdo uno a uno siempre será peor para el conjunto del movimiento, ya que el Gobierno sabrá como hacerlo para que le salga lo más barato posible.

El último episodio de los presupuestos o la mesa de diálogo son dos ejemplos de que la desunión da argumentos al rival, que siempre se manejará más cómodo cuando más peleados, enfadados o distantes estén los partidos independentistas. En estas situaciones la victoria de Sánchez suele estar asegurada.