Acaba de trasladar la presidenta del Banco Central Europeo, la francesa Christine Lagarde, en vídeoconferencia con los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, que lo peor tras la pandemia está por llegar y que las previsiones para la eurozona son dramáticas en lo que se refiere a la caída del PIB, y sobre todo a la destrucción de empleo. La confesión de Lagarde coincide en el tiempo con el fracaso del presidente Consejo Europeo, el belga Charles Michel, y de la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, que no han conseguido ningún avance, después de cuatro horas de reunión, para sentar las bases del reparto del plan de recuperación económica post pandemia. Se trata de aquel ambicioso plan de 750.000 millones de euros y de los que España espera recibir 140.000 millones de euros, una cantidad ciertamente importante, pero que tiene en la letra pequeña una ecuación que no será fácil de encajar: solidaridad, inversiones y reformas.
Sobre todo no será fácil porque el capítulo de las reformas acabará siendo la piedra angular del dinero europeo y, si tenemos en cuenta que lo que ahora se acuerde no será efectivo hasta el próximo año, a partir de la vuelta del verano es cuando empezará a crujir simultáneamente el incremento imparable del paro con medidas impuestas desde Bruselas. Si a esos pronósticos económicos de Lagarde, Michel y Von der Leyen se suman las previsiones sanitarias del director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, sentenciando que la pandemia se está acelerando, tras registrarse la mayor cifra de casos en un solo día -eso sí, muy lejos del continente europeo-, el coctel de todo ello no puede ser más explosivo y la desorientación de los políticos, mayor. Son tantos los frentes a los que se tiene que dar respuesta simultáneamente que los gobiernos o bien llegan tarde o hacen aguas con sus hojas de ruta. Todo queda fiado al descubrimiento de una vacuna, que un día llegará, pero no sabemos cuando, y que no deja de ser una esperanza en el medio plazo más que una respuesta inmediata.
Aquí, en Catalunya, hay al menos cinco grandes carpetas, tres económicas y dos sanitarias. De entre las primeras, evitar el desplome total del turismo, impedir que el escandaloso número de trabajadores con un ERTE -más de 700.000- acaben en un ERE y garantizar un retorno a la escuela lo más normalizado posible. Las dos carpetas sanitarias son un seguimiento de la trazabilidad de los contagios que obligatoriamente tiene que ser rápido y excelente y, por otro lado, hacer acopio de material sanitario para los brotes que sin duda se producirán, aunque ciertamente desconocemos absolutamente su dimensión. Sabiendo, además, que en alguna de estas carpetas, aquellas que requieren fuertes inyecciones de dinero, solo se podrán realizar actuaciones paliativas, ya que poco o nada se va a poder hacer. Lo acabamos de ver con el anuncio de Pedro Sánchez al turismo, un sector al que ha prometido 4.262 millones de euros en avales y ayudas, y que rápidamente ha sido considerada una cifra del todo insuficiente por el sector, que calcula las pérdidas en más de 80.000 millones de euros.
El otro día, un político ya retirado y que había ocupado responsabilidades importantes durante años, me confesaba no tener nostalgia alguna y se remitía a la situación que viven ahora sus sucesores en medio de liderazgos mucho más débiles y permanentemente cuestionados. Caldo de cultivo para los populismos y eso, unido al riesgo de explosión social y al aumento de la pobreza, nunca acaba bien, comentaba.