Si algo distingue a Catalunya es la enorme capacidad para reproducir permanentemente personajes especiales y de un gran talento en sus profesiones. En ocasiones, casi únicos, saliendo de la nada más absoluta y alcanzando un liderazgo casi imposible en su disciplina, sea empresarial, artística, deportiva, cultural, gastronómica y tantas otras. Joan Planes, de Estamariu, un pequeño pueblo del Alt Urgell, empresario, presidente durante muchos años de la empresa Fluidra, líder mundial en piscinas, que hace unos meses entró a cotizar en el Ibex 35. Y Santi Santamaria, cocinero, autodidacta, propietario durante una década de Can Fabes, un restaurante tres estrellas Michelin en Sant Celoni, que empezó en 1981 en un pequeño local que se transformó rápidamente en un templo imprescindible de la gastronomía y, lamentablemente, prematuramente fallecido en 2011, en Singapur, a los 54 años de edad y a quien este miércoles se le ha tributado un merecido homenaje en el MNAC en el décimo aniversario de su muerte, han alcanzado el éxito y reconocimiento por caminos bien diferentes.
Se hubieran caído bien, si se hubieran conocido, ya que la frase Qui perd els orígens perd identitat (quien pierde los orígenes pierde identidad), que repitió varias veces este miércoles Joan Planes en la presentación de su libro casi autobiográfico Camí de castanyes en la Llotja de Mar para justificar su retorno al Estamariu de su infancia, formaba parte de la respuesta casi automática de Santamaria cuando se le preguntaba por qué no trasladaba su estrellado restaurante a Barcelona o por qué no ampliaba con platos fuera de lo que entonces era la cocina catalana moderna la carta del local. Santamaria, que además de cocinero era un periodista frustrado, que colaboró conmigo en proyectos en los que pudo desarrollar esa vena literaria que tenía, y un hombre profundamente enraizado en la tierra que le hizo famoso, siempre contestaba, con un mimetismo casi automático, que solo se imaginaba su restaurante en Sant Celoni, al pie del Montseny, en el Vallès Oriental.
Los orígenes, las raíces, el amor al país y la lengua. Justo en el momento en que el estado español está llevando a cabo la última embestida contra la lengua catalana, de la que costará salir, más vale tenerlo claro. Planes y Santamaria tenían claro dónde querían llegar, que era la excelencia, la seducción y el liderazgo. ¿Quién es capaz de imaginarse desde una pequeña empresa de piscinas, que ambicionaba convertirla en líder mundial y que, para ello, habría que comprar una empresa americana, la friolera de 27 años antes de llevar a cabo la adquisición? ¿O de perseguir y perseguir en un momento en que la moda era la deconstrucción de Ferran Adrià, un cocinero universal, un proyecto culinario que le trascendiera?
Eso son, indiscutiblemente, liderazgos. Algo que tanto se echa de menos en estos tiempos grises y en los que las declaraciones, las palabras sin importancia alguna y con aires de trascendencia están copando la esfera pública. Palabras que pretenden tapar una inexistente respuesta bien sea por falta de imaginación, por agotamiento o por conveniencia política. Es normal que la ciudadanía ande desconcertada. Sería imposible que no fuera así. La lengua es la columna vertebral de la nación y la clase política no sabe cómo defenderla. Y, enfrente, Madrid y la justicia, un muro cada vez más alto.