Las explicaciones de Joan Laporta y la despedida pública que le han brindado los jugadores a lo largo de la tediosa jornada de agosto -marcada en el calendario por el recuerdo del fusilamiento del presidente del Barça en 1936, hace este 6 de agosto 85 años- han marcado el primer día de la era post-Messi, dominado por la tristeza y, sobre todo, a medida que pasan las horas, por la irritación de la pésima gestión de los últimos años en la entidad blaugrana.
Cierto que la Covid ha trastocado los balances de numerosas empresas y de una manera muy especial del mundo del fútbol. Pero no es excusa para la calamitosa situación económica que ha heredado Laporta con una plantilla con demasiadas vacas sagradas con salarios desorbitados, que prefieren asegurarse unos ingresos fijos muy elevados y estar en el banquillo, antes que cambiar de equipo y ganar menos dinero aunque puedan jugar muchos más partidos. Así ha sido imposible desprenderse de jugadores que hubieran permitido la continuidad de Leo. Ese entramado ha actuado como una espesa tela de araña, sin dejar resquicio alguno para poder cumplir el fair play financiero impuesto por la liga y de obligado cumplimiento para todos los clubs de fútbol.
De las explicaciones de Laporta se deduce claramente que el jugador quería quedarse, que había acuerdo económico con su padre, que es su representante. Pero también que en todo momento ha sido una operación que dependía de demasiados factores externos. Al final, eran más las ganas para que Messi continuara, que la seguridad de que todo estuviera atado. Y, al final, se ha torcido irremediablemente.
Será necesario que en las próximas fechas se dé una explicación más detallada, ya que el trauma del barcelonismo solo se podrá superar rápidamente con un ejercicio de transparencia, no con paños calientes. Entre otras cosas, porque la abrupta marcha del capitán y líder indiscutible del equipo no podrá sustituirse en mucho tiempo. No guarda comparación posible con la retirada de Cruyff como jugador en 1978, ni con la marcha de Guardiola como entrenador en 2012, los dos acontecimientos más importantes en el mundo barcelonista del último medio siglo.
Con Cruyff el Barça ganó una personalidad que no tenía, pero su marcha no dejó un vacío imposible de llenar. Con la salida de Guardiola, entre otras razones por el maltrato de la directiva, se quedaba una plantilla, encabezada por Messi, que tenía la vitola del mejor equipo del continente. Ahora es diferente: se va el astro argentino y no queda nadie capaz de recoger su antorcha. Unos son demasiado mayores y otros demasiado jóvenes.
Acostumbrarse a la era post-Messi no va a ser fácil y el riesgo de pasar a ser un club del montón -ahí está el Milan, por ejemplo- es un peligro que no hay que descartar.